Sr. Director:
Érase que se era una dama algo pizpireta que vivía a la sombra y servicio de un apuesto señoro llamado don Pero; esposo de una doña con límpido linaje paterno. Gozaba este don Pero de grande poderío y un resplandeciente bagaje moral que le convertía en faro y guía de todo el reino, pues carecía de doblez y nunca faltaba a su palabra ni a una sola promesa por pequeña que fuese. Dedicábase nuestra dama a realizar labores subrepticias a favor de su idolatrado don Pero, al que echaba una manopla en tejemanejes cloaquiles y fontaneriles; razón por la cual era conocida como la fontanera prodigiosa, dados los portentos que alcanzaba en sus bajunas funciones que, para mejor blanquearlas, las vendía como riesgosos ejercicios de periodismo investigador.
Con tal fin, cambiaba camaleónicamente el color de sus cabellos según las circunstancias; mudanza que acometía con la misma facilidad que don Pero cambiaba de opinión. Gracias a ella, los detritus fluían eficazmente por las cloacas monclovitas o moncloacas... Hasta que un aciago día alguien grabó sus deposiciones verbales ofreciendo sus pulcros servicios, cogiéndola así con el trasero al aire. Mas era tal su pasión por don Pero que, para no perjudicarle, lo negoció todo; mientras que éste y los suyos hicieron lo mismo respecto a ella, diciendo que no la conocían y que se trataba de una pequeña Nicolasa con fantasiosas ínfulas. Y fue en esas cuando apareció un tal Aldama... (Quizás continuará).