A finales del pasado año se celebró en Madrid el Congreso anual de la Asociación Española de la Codificación Comercial (AECOC), que reunió a un millar de directivos de las principales compañías de la industria bajo el lema "Conecta con el consumidor".
Un lema que dejó claro desde el principio hacia dónde debían dirigirse las estrategias de las empresas si querían mejorar sus cifras de negocio. Dijeron: "este año está siendo uno de los más difíciles para la alimentación", sobre todo la de productos frescos, apuntando a la deflación o caída de los precios de venta al consumo, como la principal causa de un retroceso que tocó su nivel más bajo en agosto.
No es baladí que en este tipo de encuentros la figura del consumidor, el último eslabón de la cadena, sea clave y la que centre todo tipo de miradas. Hay que mimar al consumidor, porque es quien se gasta su dinero comprando nuestros productos, por encima de todo.
Pero el negocio es el negocio y la deflación de precios, que beneficia, sin duda, al consumidor, viene causada por la guerra permanente que mantienen entre sí las enseñas de la distribución comercial, por una parte, y los fabricantes de alimentos en cada segmento, por otra. Y, a su vez, la que enfrentan a las marcas del fabricante (MDF) con las del distribuidor (MDD) o marca blanca (MB).
Todo ello por "ganarse" la fidelidad de unos consumidores limitados, que son muchos cientos de miles menos que hace unos años por la crisis económica y la salida al extranjero de jóvenes e inmigrantes, y cuyos hábitos están cambiando o adaptándose constantemente a nuevos formatos y a nuevas maneras de hacer la compra.
Los productores son las primeras víctimas y apenas cuentan en esta grave espiral que reduce al máximo los PVP (precios venta al público) de los alimentos.
Domingo Martínez Madrid