Si hay cuatro palabras que van a convertirse en un tópico recuerdo de estos días, esas son: «Después de dos años». Las iremos repitiendo una y otra vez para explicar los variados sentimientos que nos asaltan al volver a celebrar la Semana Santa en la calle tras dos años sin ella.
Y no faltará alguno de esos que tanto les gusta escucharse, que ante el paso de «su» Virgen y exaltado al calor de los efluvios del alcohol, más que del corazón, alce la voz para que todos le oigan y emocionadísimo exclame: «Por fin te veo, después de dos años...». Y con esas palabras no se referirá a verla en su paso y en la calle; sino a verla: simplemente a verla. Y al oírlas habrá quien piense que este pobre hombre vive a cientos de kilómetros de distancia y que haciendo un alarde de esfuerzos, al fin ha podido venir a verla.
Pero en realidad el tipo lleva ya tres años sin verla pese a vivir a veinte minutos de la capilla donde Ella se ha pasado más de 1.000 días esperando su visita y sin que apareciera por allí ni siquiera un minuto para saludarla con un simple ¡Ave María!
Y es que somos así de cenutrios. Menos mal que Ella nunca nos lo tiene en cuenta.