Sr. Director,

Hace unos días publicaba Infovaticana un artículo titulado “Monseñor Argüello: de la batalla cultural a la defensa acérrima de la vida”, en el que, con motivo de su reciente elección como presidente de la Conferencia Episcopal Española, repasaba sus declaraciones más destacadas de los últimos años en defensa de la vida, de la familia, contra la ideología de género y la Agenda 2030 entre otras. Todos ellos temas cruciales en estos tiempos, en los que la Iglesia Católica debe ser “luz del mundo” y sobre todo de los cristianos, muchos de ellos muy confundidos. Pero entre todos ellos, me gustaría destacar la vital importancia que la defensa de la vida tiene en el momento actual.

Lo ocurrido en Francia recientemente, al consagrar el inexistente “derecho al aborto” como un principio fundamental en su Constitución y el enorme consenso que se produjo a derecha e izquierda para su aprobación, deben servir para alertarnos sobre el momento tan crítico que vivimos.

Ya sabemos que sin derecho a la vida no hay ningún otro derecho, como explica Francisco José Contreras en su obra La Fragilidad de la Libertad: “…el derecho a la vida no es un derecho más: en realidad, es el presupuesto para todos los demás; […]. El derecho a la vida no puede depender de accidentes como la edad o el grado de desarrollo, sino de la esencia humana, la pertenencia a la especie.”.

Pero además, la exaltación del aborto como derecho y bandera de nuestra civilización, representa su ruptura total con quien, como decía San Juan Pablo II, “no sólo da la vida, sino que es la Vida misma”. Vivimos los tiempos de la blasfemia contra el Espíritu Santo, según recuerda Hispanidad incansablemente y no puede haber mayor prueba de ello, que la institucionalización del aborto provocado, es decir del acto consciente y voluntario de acabar con la vida de un ser humano indefenso, como un derecho, algo bueno e incluso justo, un valor o un principio que hay que defender y garantizar.

La cultura de la muerte ha dado paso a la civilización de la muerte. No es posible ya callar, acomodarse y mirar hacia otro lado, sin ser cómplice del genocidio silencioso en el que vivimos. La defensa de la vida es sin ninguna duda, la batalla más importante e irrenunciable, de todo lo que identificamos en estos días, como la batalla cultural. Porque si el “derecho a la vida” se sustituye por el “derecho a matar”, ¿qué validez pueden tener ya el resto de derechos?…