Sr. Director:
Los cuidados paliativos son costosos, sin duda alguna; y requieren además de delicadas técnicas médicas, corazones y ánimos muy humanos, muy divinos en enfermeras, médicos y capellanes, pero es el reto que se nos presenta en este momento de nuestra civilización que, al estar desvinculándose de Dios, de Jesucristo, Dios y hombre verdadero, no sabe dar respuesta al sentido del vivir humano.
A lo más, lo único que pretende alguno que otro “intelectual”, es convertir la vida del hombre en una pura y simple historia que no tiene ningún sentido, que no acaba en ningún fin y que deja completamente al vacío la inteligencia y el corazón de los seres humanos: después de la muerte se pierde el horizonte.
La madre abuela, en situación irreversible, insiste: “Con ley o sin ley, dejadme sufrir en paz, y acompañadme con cariño, como yo os he cuidado en vuestras enfermedades, y a mí me cuidaron mis padres”, La madre-abuela, después de dos días y dos noches de mucho sufrimiento. Al asomar la aurora apretó con fuerza la cruz del rosario, elevó los ojos al Crucificado, clavado en la cruz colgada en la pared a los pies de su lecho; sonrió, dio el último suspiró; y siguió caminando.
¿Acaso no es una muerte digna la que vivió esta madre-abuela, en plena consciencia, después de recibir la unción de los enfermos rodeada de sus hijos y de sus nietos, y dándoles el último adiós de despedida, hasta el Cielo?