Sr. Director:

España arde por dentro. La putrefacción institucional, el hundimiento de la seguridad jurídica, el saqueo fiscal, la desigualdad territorial, el clientelismo como sistema y la degradación moral del poder han alcanzado cotas que harían palidecer a Fernando VII. Pero mientras tanto, ¿qué hace el llamado “líder de la oposición”? Convoca manifestaciones. Se indigna en directo. Escribe epístolas. Clama contra la corrupción como si no la hubiera olvidado nunca hasta ahora… Y, sobre todo, evita cuidadosamente lo único que podría marcar la diferencia:

Ofrecer un programa claro, contundente y regenerador .

Feijóo no tiene un programa de gobierno, con unos objetivos claros, rotundos…, tampoco hace propuestas legislativas de clase alguna, tampoco propone o anuncia reformas. Pero tuitea, hace como se cabrea, se fotografía con la bandera de España y exige que la gente salga a la calle a “alzar la voz ante tanto sinvergüenza”. Eso sí: sin molestar demasiado al sistema, sin tocar los cimientos del Régimen del 78, sin enfrentarse a las verdaderas vacas sagradas de la partitocracia. Porque el ruido es rentable. El programa, en cambio, compromete.

Del bando de Móstoles a la carta de Génova

España vive un momento de colapso histórico comparable, dicen algunos, al de 1808. Entonces, el alcalde de Móstoles escribió un bando de guerra. Hoy, Feijóo escribe cartas. Cartas al Rey, cartas a los jueces, cartas a Europa. El género epistolar ha resucitado como herramienta de lucha política, solo que ahora no busca organizar la resistencia, sino justificar la inacción.

Feijóo no lidera. Administra silencios. Y cuando habla, lo hace para pedir que nos indignemos… pero sin que se note demasiado, «con moderación», sin salirse de los márgenes del sistema que nos devora.

Feijóo y Ayuso: tanto monta, monta tanto

En el escenario de la derecha, el tándem Feijóo-Ayuso —o Ayuso-Feijóo— es la versión castiza y fashion de la oposición. Son guapos, bonitos, funcionales, telegénicos y no conflictivos. Una especie de escaparate del pop neoliberal, donde lo importante no es la profundidad del pensamiento, sino la estética del gesto.

Ayuso, con su impostura a ritmo de chotis , y Feijóo, con su dulce encanto de la algarabía , representan la derecha boba : incapaces de articular un discurso regenerador, ni mucho menos un programa de gobierno. Se limitan a la denuncia sentimentalista ya la movilización callejera. Como si una concentración en la Plaza de Colón, en Madrid, bastara para frenar un plan que lleva décadas de ejecución metódica por parte de socialistas, comunistas, separatistas, filoterroristas y progresistas globalistas.

La derecha fashion desfila por los platos y las redes, se indigna en bucle, se siente cómoda en la zona de confort mediática —siempre dentro del carril permitido—, pero a la hora de la verdad es inofensiva, indolente y perfectamente integrada en el sistema que dice combatir .

El teatro de la indignación

El 8 de junio, Feijóo ha convocado una “gran manifestación” en Madrid. Como si bastara con decir que “esto es una vergüenza” para detener el asalto institucional del sanchismo. Como si las pancartas pudieran sustituir a los programas de gobierno.

¿Dónde está el diagnóstico grave? ¿Dónde están las medidas concretas? ¿Dónde la voluntad de enfrentarse al sistema que permite este derrumbe moral, económico e institucional? No están. Y no se las espera.

Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo parecen haber pactado un duelo a gritos: la España de la algarabía, donde el que más ruge más razón tiene , mientras los cimientos del Estado de Derecho se desmoronan. Oclocracia la llamaban los antiguos griegos, el gobierno de la muchedumbre ruidosa…

"Programa, programa, programa..."

Lo decía Julio Anguita, comunista que creía más en la lógica que en la consigna: sin programa no hay política. Propaganda de heno en solitario. El PP lleva años en campaña perpetua, pero sin proyecto de país, sin propuestas estructurales, sin valor reformador . ¿Se ha leído Feijóo el presupuesto del Estado (prorrogado)? ¿Tiene una propuesta de reforma fiscal? ¿Ha hablado de suprimir duplicidades o eliminar el gasto político parasitario? No. Solo frases huecas y gesticulación.

Suiza: el espejo que avergüenza

En Suiza, ningún diputado vive de la política. Se retribuye por dietas, se legisla a tiempo parcial y se mantiene una cultura de servicio público auténtica. En España, la política es carrera profesional, modo de vida y red clientelar. Con millas de asesores a dedo, sueldos indecentes y cero rendición de cuentas.

La comparación resulta escandalosa. Mientras Suiza premia el mérito y limita el poder, España premia la lealtad al partido y alimenta un monstruo administrativo que devora recursos sin resultados.

El Estado autonómico: tabú intocable

¿Se atreve Feijóo a hablar de recentralización? ¿A tocar el verdadero agujero negro del gasto público? ¿A desmontar los 17 miniestados con sus redes clientelares, televisiones, embajadas, defensores del pueblo y observatorios feministas? No. Porque eso sería hacer política de verdad. Y el PP está para administrar el statu quo, no para cuestionarlo.

Según cálculos de economistas como Roberto Centeno, recentralizar competencias básicas permitiría ahorrar entre 40.000 y 110.000 millones de euros al año . Pero ni Feijóo ni Ayuso están dispuestos a romper el consenso autonómico. Mejor seguir coreografiando la indignación.

Regeneración: imposible desde dentro

La regeneración no vendrá de quienes viven del sistema. El PP forma parte estructural del régimen del 78 . Es su otra cara, su sombra funcional. Alternancia sin alternativa. Ruido sin música.

Para que España se regenere hace falta mucho más que manifestaciones y tuits. Hace falta una revolución democrática, no violenta, institucional, jurídica y cultural. Una restauración profunda de la soberanía nacional, la libertad individual, la responsabilidad política y la unidad del Estado. Y eso no lo hará quien teme perder su escaño, su nómina o su asiento en el consejo de administración de turno .

La corrupción: escándalo crónico y anestesia electoral

La corrupción, omnipresente y transversal, es la gran asignatura pendiente de la democracia española. No es una anomalía ocasional: es una constante estructural . El PSOE, asesorado por más de un centenar de causas judiciales, ha convertido el escándalo en rutina, hasta el punto de que la inmoralidad pública se ha normalizado como paisaje de fondo , un ruido de baja frecuencia que ya apenas incomoda al votante medio.

Desde los ERE de Andalucía -el mayor caso de corrupción política de la democracia, con más de 800 millones de euros desviados y dos expresidentes socialistas condenados- hasta los recientes aforamientos exprés, las condonaciones bancarias y las imputaciones que salpican al entorno personal de Pedro Sánchez, el escándalo ha dejado de ser noticia. Es clima.

Pero lo más revelador es la ausencia de coste electoral. La corrupción apenas erosiona el voto socialista. Las encuestas muestran que los escándalos judiciales no han tenido impacto neto en los escándalos del PSOE. Incluso en Extremadura, donde el “aforamiento exprés” del presidente Gallardo ha escandalizado a la oposición, la caída estimada es de apenas dos diputados, dentro del margen de error. Como si el votante hubiera desarrollado un sistema inmunológico contra la desvergüenza institucional.

La corrupción ya no es percibida como un mal moral, sino como una forma de redistribución informal , un peaje asumible del sistema clientelar. En muchas regiones, la red de favores, subvenciones, colocaciones y contratos convierte al Estado en un botón, y al partido dominante, en su gestor legítimo. Como decía el cínico refrán popular de la era felipista: “Roba, pero al menos deja algo aquí” .

Históricamente, ni los escándalos del GAL, ni Filesa, ni los sobresueldos de Zapatero, ni el uso partidista de la Fiscalía General del Estado por parte de Sánchez, ni siquiera las maniobras para blindar judicialmente a su esposa y entorno más cercano, han provocado una derrota electoral. La experiencia demuestra que solo el paro, la inflación y el miedo a la ruina movilizan al votante socialista contra su partido . La ética no pesa en la urna. El bolsillo sí.

Por eso la corrupción en España no es solo un fenómeno delictivo: es un instrumento político y una forma de gobernar . El Estado se convierte en botón electoral. Se riega con dinero público a los medios afines, se colonizan las instituciones, se blindan los cargos mediante aforamientos exprés y se prostituyen los mecanismos de control. El saqueo se institucionaliza, pero siempre con una sonrisa, un PER, un bono cultural o una paguita.

Como afirma la crítica más acerba, el votante socialista no es que tolera la corrupción: la interioriza, la reproduce y la justifica. “Cada uno lo que puede ya su nivel”, como en una gigantesca pirámide clientelar donde todos -desde el concejal de pueblo hasta el asesor de Moncloa- tienen derecho a su parte.

En este contexto, pretender que la regeneración vendrá de los actuales partidos es una ingeniosidad cómica. Ninguna formación que haya mamado del Estado como un lactante insaciable puede liderar su transformación. El sistema está diseñado para premiar la corrupción funcional, no para erradicarla.

Mientras tanto, el votante adormecido aplaude, el indignado tuitea, el periodista de nómina edulcora, y España se desliza sin freno hacia la institucionalización del pillaje . Un pillaje perfectamente legalizado, con apariencia democrática, barniz progresista y consentimiento electoral.

Y Feijóo, por supuesto, se limita a indignarse. Pero sin molestar demasiado.

Comparación internacional: lo que diferencia a España

La corrupción en España no es excepcional por su existencia, sino por su impunidad mediática y su escaso coste electoral. En comparación con Italia, donde la operación «Mani Pulite» (1992-1996) desmanteló la vieja clase política y llevó al colapso de partidos enteros, en España ningún gran partido ha desaparecido por corrupción. Ni siquiera el PSOE, con más de un centenar de causas activas, dos expresidentes autonómicos condenados y una trama orgánica de clientelismo en regiones enteras como Andalucía y Extremadura.

En Francia, a pesar de una historia también densa en escándalos -desde Chirac hasta Sarkozy-, la justicia ha llegado más lejos, y la cobertura mediática ha sido incisiva y plural. La prensa francesa no depende estructuralmente de las subvenciones del Estado, al menos no en la misma medida que en España, donde buena parte de los grandes medios sobreviven gracias a contratos públicos, publicidad institucional y subvenciones autonómicas. El resultado es un ecosistema periodístico dócil, donde la corrupción gubernamental apenas genera portadas sostenidas y nunca provoca terremotos institucionales.

Así, el PSOE ha aprendido a gobernar en la corrupción como en su hábitat natural: gestionándola, amortiguándola y normalizándola. Los medios, contadas excepciones, actúan como escudo narrativo. El relato se centra en escándalos del adversario (generalmente del PP o de Vox) mientras los propios se minimizan, se diluyen o se presentan como persecuciones judiciales infundadas.

Este matrimonio entre poder político, corrupción estructural y anestesia mediática convierte al votante en un súbdito informado a medios, habituado a que robar no tenga consecuencias mientras no suba la cesta de la compra. En España, la corrupción no derrumba a los gobiernos; simplemente se recicla en nuevas siglas, se reubica en nuevas autonomías o se entierra en los sumarios judiciales que nadie leerá.

Medios subvencionados: escudo del sistema

Los grandes medios de información -creadores de opinión y manipulación de masas- han sido cooptados por el poder político a golpe de subvención, publicidad institucional y condonaciones fiscales. Las redacciones han pasado de fiscalizar al poder a actuar como escudos propagandísticos. El modelo de “periodismo de agenda” —más próximo al BOE que al control democrático— ha sustituido al reporterismo crítico. Se indulta mediáticamente al corrupto si es del bando “progresista”, mientras se lincha sin piedad al adversario ideológico.

La corrupción ha dejado de ser noticia de portada para convertirse en columna de opinión: anecdótica, secundaria, contextualizada hasta la disolución. Las televisiones públicas son aparatos de propaganda, y las privadas, terminales mediáticas de un sistema donde el silencio se compra y la crítica se penaliza.

Infografía: principales casos de corrupción del PSOE (1982–2025) , para desmemoriados…

1. Etapa de Felipe González (1982–1996)

  • Caso FILESA: financiación ilegal del PSOE a través de empresas pantalla.
  • GAL: terrorismo de Estado con fondos reservados.
  • Juan Guerra y “la oficina de Sevilla”.
  • Caso Roldán: desfalco de la Guardia Civil.
  • Coste estimado total: > 250 millones de euros.

2. Etapa de Zapatero (2004-2011)

  • Caso de los ERE incipiente (Andalucía).
  • Fondos de formación: opacidad y clientelismo sindical.
  • Saqueo de la Faffe (prostíbulos, tarjetas negras).
  • Coste estimado total: > 500 millones de euros.

3. Etapa de Sánchez (2018-2025)

  • ERE: ejecución judicial definitiva, condenas firmes.
  • Caso Delcy Rodríguez: entrada ilegal de la vicepresidenta venezolana.
  • Tito Berni y el “caso Mediador”.
  • Fondos europeos NextGeneration: opacidad en adjudicaciones.
  • Contratos Covid: adjudicaciones sin control.
  • Imputaciones a Begoña Gómez y su entorno empresarial.
  • Aforamiento exprés de altos cargos socialistas.
  • Coste estimado total: > 1.500 millones de euros.

Una oposición desconectada de la realidad

La actitud y el discurso de Feijóo reflejan una desconexión radical con la realidad política y social de España. En lugar de ofrecer un diagnóstico certero y un programa de gobierno valiente y regenerador, se refugia en la algarabía y la denuncia vacía, en la indolencia y el ensimismamiento, en la política de gestos y no de hechos. Mientras tanto, los problemas reales se agravan y la sociedad asiste, cada vez más resignada, al espectáculo de una oposición que ni está ni se le espera.

España necesita menos ruido y más ideas, menos postura y más liderazgo, menos Feijóo y más programa. Porque lo importante es el programa. Y de eso, en la España de la algarabía, ni está ni se le espera.

Epílogo: la derecha inofensiva

Feijóo y Ayuso encarnan la derecha de diseño: telegénica, «viral», emocional, pero sin alma ni coraje . Ayuso en Madrid simula rebeldía mientras se mueve dentro del carril neoliberal y estéticamente cool. Feijóo en Génova modula frases rotundas, pero jamás se atrevería a decir que el sistema está podrido de raíz.

España necesita otra cosa. Otra derecha. O quizás algo más que derecha e izquierda: necesita una élite nueva, valiente, culta, impopular si hace falta, pero dispuesta a dar la batalla estructural contra el modelo fallido que nos ha traído hasta aquí .

Pero el dulce encanto de la algarabía es adictivo. Y la derecha actual ha elegidose instalar ahí: entre la nostalgia y el postero, entre la pancarta y la platócracia.

La regeneración —si llega— viene de otro sitio: de gestores decentes de probada y exitosa experiencia en la gestión de dineros ajenos… y ni en el PP ni en VOX están esos buenos gestores, están en la empresa privada, estoy hablando de la élite empresarial, de los trabajadores autónomos, de los profesionales liberales… Pues sí, la regeneración no vendrá de Feijóo o de Abascal, vendrá de otro sitio. O no vendrá.