Los golpistas catalanes, que desde hace unos días se sientan en el banquillo de los acusados por atentar contra la unidad de España, tienen como modelo a Luis Companys. Al fin y al cabo, el que fuera presidente de la Generalidad, consiguió durante los tres años de la Guerra Civil, por la vía de los hechos, lo mismo a lo que aspiran los dirigentes actuales de Ezquerra, JxCat, ANC y Omnium Cultural: convertir a Cataluña en un Estado independiente.

Al elevarle como modelo, han falseado el pasado para convertir a Luis Companys en un gigante de la historia. Y es cierto que han conseguido presentar a un personaje de una enorme estatura, pero también es verdad que el gigante que han confeccionado es de cartón, y por eso se derrumba en cuanto le acaricia un leve viento de la historia.

El Companys de la historia de verdad navegó durante la Guerra Civil subido a la barquilla de su cargo en un lago de sangre. No, no es cierto que a los miles de catalanes asesinados por la extrema izquierda de Cataluña, durante los años de 1936 a 1939, los mataran unos descontrolados.

Companys, para convertirse en dictador, escribió su revolución sobre la falsilla ideada por Lenin, que el padre del comunismo resumió en esta sentencia: “¡La revolución avanza muy despacio porque fusilamos muy poco!”. Y por si se pudiera pensar que lo de Lenin solo era aplicable a la Rusia zarista, Joan Peiró, uno de los lideres anarquistas catalanes más influyentes lo tradujo así de claro: “Cuando los individuos no se adaptan a los imperativos de la revolución, se les mata si es preciso (…) Matar sí, matar al que haga falta es un imperativo de la revolución”.

Conocí al catedrático de Historia de la Universidad de Zaragoza, don Carlos Corona; me recibió una vez en su despacho y en aquella entrevista aprendí más que en un año académico. Don Carlos, había investigado durante mucho tiempo los motines del siglo XVIII, me los explicó y concluyó con estas palabras: “Toda revolución tiene plan, elaboración y objeto”.

Cuando los individuos no se adaptan a los imperativos de la revolución, se les mata si es preciso

Y ha venido a mi recuerdo esta enseñanza, porque ahora nos quieren convencer de que tanta sangre como corrió por Cataluña, pareciera que hubiera manado del suelo, ya que entre 1936 y 1939 allí todo fue paz y concordia. Pero los hechos no fueron así. Companys se convirtió en un dictador, gracias al régimen de terror, que sus aliados de extrema izquierda le fabricaron, exterminando catalanes por millares. Companys no hizo otra cosa que seguir la estela de los tiranos que habían trazado Robespierre, Lenin o Hitler. Por eso Companys facilitó la entrega de armas a las milicias comunistas, y les dio todo tipo de apoyo logístico y legal desde el gobierno de la Generalidad.

El historiador Antonio Montero le da la razón a lo del “plan, elaboración y objeto” revolucionarios del que hablaba don Carlos Corona, cuando analiza la persecución religiosa en Cataluña: “Lo que ocurrió en Barcelona (…) en la última decena de julio de 1936 fue fruto a la vez de la vertiginosa improvisación y del planteamiento más fríamente calculado. Se explica esta paradoja teniendo en cuenta que el programa de anarquistas y comunistas estaba bien definido desde muy antes de esas fechas (…) Si pudieron ejecutar en cortas jornadas todo un plan fantástico, fue precisamente porque no necesitaban para entonces estudiar demasiado sus objetivos”.

Los datos avalan el juicio de que todo estaba planeado desde mucho antes, incluida la elección de las víctimas. Y como de lo que se trataba era de generar el mayor clima de terror en el mínimo tiempo posible, esto unido al odio de los asesinos a Dios y su Iglesia, los fusiles apuntaron a las victimas más indefensas, como eran los sacerdotes los religiosos y las monjas. En Barcelona, solo en los días transcurridos entre el 23 al 30 de julio fueron martirizadas 170 personas consagradas.

No hubo límite de ningún tipo para los asesinos. Exterminaron a la casi totalidad de la comunidad de los Hermanos de San Juan de Dios de Calafell, a los que no fue difícil de encontrar. Estos religiosos atendían un sanatorio de niños enfermos y se negaron a abandonarlos.

El 20 de agosto en le cruce de la calle Dels Garrofers con la avenida de la Victoria de Barcelona, aparecieron los cadáveres de siete monjes de Monserrat. Fueron sacados de un piso de la ronda de San Pedro número 7, donde permanecían con la autorización de la Generalidad. Y en la puerta de dicho piso figuraba dicha autorización con el sello del Gobierno de Companys.

Companys se convirtió en un dictador, gracias al régimen de terror, que sus aliados de extrema izquierda le fabricaron

Igualmente fueron asesinados 39 hermanos gabrielistas y su capellán, así como un numeroso grupo de maristas, agustinos, carmelitas descalzos, cartujos de Montealegre, jesuitas, misioneros de los Sagrados Corazones, Hermanos de las Escuelas Cristianas, dominicos, capuchinos, claretianos…

También fueron víctimas de la persecución religiosas en Barcelona las órdenes femeninas. En los cuatro primeros días las que peor suerte corrieron fueron las Franciscanas de la Misericordia, las Madres Teresianas Mínimas, las Hijas de María Reparadora y las Dominicas de la Anunciata. Y esto, por referirme solo a los primeros días de la guerra y a Barcelona.

El récord de asesinatos de una sola vez lo ostenta Lérida. En el paseo de Boters de esta ciudad había una cárcel con capacidad para cien reclusos. Y durante los primeros días de la guerra, metieron allí hasta 650. En la madrugada del 20 al 21 de agosto de 1936, sacaron de esta cárcel a 75 clérigos, entre sacerdotes y religiosos, a los que fusilaron en las tapas del cementerio.

Y fue en esta saca de Lérida donde algunos laicos tuvieron un comportamiento ejemplar, heroico y muy desconocido, por lo que no me resisto a contarlo. Cuando los verdugos fueron por las celdas gritando los nombres de los que tenían que salir para ser asesinados, algunos laicos suplantaron la identidad de los sacerdotes y fueron al martirio por ellos, para que siguiera habiendo sacerdotes que pudieran atender al resto de la comunidad. Y ahora que ya hay tantos católicos demócratas de toda la vida, dialogantes y abiertos a todas las tendencias, no puede caber en cabeza alguna que este desconocimiento se deba a un ocultamiento voluntario por parte de católicoas tan comprensivos y aperturistas, porque estos laicos que suplantaron la identidad de los sacerdotes fueron… ¡Falangistas!

Algunos laicos suplantaron la identidad de los sacerdotes y fueron al martirio por ellos

Y que nadie, para justificar estos crímenes, me venga con la monserga del odio acumulado en España contra el clero, por su alianza con los ricachones, explotadores de la clase trabajadora. En la madrugada del 9 de agosto fueron también asesinados siete hermanos de la Orden Hospitalaria, que nada tenían que ver ni con esa alianza con los ricachones, ni tan siquiera con España, porque los siete religiosos eran colombianos, y procedentes de Madrid estaban de paso en Barcelona.

Estos religiosos colombianos fueron detenidos al bajarse del tren en la estación y desde allí fueron conducidos a la comisaria de la calle Balmes. Pertenecían a la comunidad que trabajaba en el sanatorio de Ciempozuelos. Habían conseguido escapar de la barbarie de la capital de España, con sus pasaportes en regla y el aval del embajador de Colombia, con el fin de abandonar nuestro país.

El cónsul de Colombia en Barcelona, Ignacio Ortiz Lozano, trató inútilmente de impedir este crimen, pero no pudo hacer otra cosa que escribir una protesta oficial a sus superiores. Su escrito es especialmente relevante porque apunta a Companys, como responsable de esta atrocidad. En uno de los párrafos de la protesta del cónsul se puede leer lo siguiente: “Manifiesto a usted que han sido vilmente asesinados en esta ciudad por las llamadas milicias siete ciudadanos colombianos; a su tiempo advertí a quien correspondía que no se cometiera una imprudencia, ni una precipitación con estos infelices, víctimas del odio y la insania de ciertas secciones armadas y prohijadas por el Gobierno de Cataluña. No se me oyó. Se me desconoció todo autoridad para defenderlos y tomarlos a mi cuidado”.

Javier Paredes
Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá