Al ministro de Justicia, Rafael Catalá, le ha tocado el gordo en la lotería de la opinión pública, porque si la descalificación que ha hecho del juez que presentó el voto particular en el juicio contra los componentes de la Manada la hubiera escuchado El Divino o Cornelio, le habría caído una encima que no le hubiera lavado ni todo el agua del Jordán.

Pero como estos ministros del PP viven en el limbo de la ignorancia, no tienen ni idea ni de El Divino ni de Cornelio, y ni siquiera saben que se trata de dos alias de la misma persona, pues así le apodaban a Don Agustín Argüelles (1776-1844) ya se tratase de sus compañeros en las Cortes o de los sectarios de la logia masónica Templanza, a la que perteneció. Y cuanto más, presumen de liberales… hasta el punto de que un destacamento del PP peregrinó a Cádiz en 2012 para escenificar que ellos eran los continuadores políticos de la Constitución gaditana, pues resulta que cuando más pote se dan, más ignorantes son estos liberalitos del PP, que desconocen la historia de sus antepasados, en la política y en la masonería.

Y sucedió que en la famosa “sesión de las páginas”, durante el Trienio Liberal (1820-1823), cuando Romero Alpuente justificó unos desmanes callejeros “porque había que hacer justicia, ya que los ejecutores de la ley estaban tan pasivos”; es decir algo muy parecido a la que estaban montando las feministas, sin tan siquiera haber leído el contenido del voto particular del juez de la Audiencia de Pamplona, las imprudentes declaraciones del ministro de Justicia, Rafael Catalá, enfilaron una dirección bien opuesta a lo que El Divino le contestó a Romero Alpuente: “¡Desgraciada la nación en la que se publica que el pueblo está autorizado para hacerse justicia por sí mismo! Con tales principios, ¿qué nación pudiera subsistir?”.

Y habló más Argüelles para provecho de toda esta pandilla que nos desgobierna, les dijo más su antepasado, no sé si por lo El Divino o por lo de Cornelio. Cuando toda España estaba invadida por los franceses y los diputados permanecían atrincherados en Cádiz, con motivo de la presentación del proyecto de Constitución el 24 de diciembre de 1811, Argüelles, autor del discurso preliminar, pronunció estas palabras: “Tal vez podrá convenir en circunstancias de gran apuro reunir por tiempo limitado la potestad legislativa y ejecutiva; pero en el momento que ambas autoridades o alguna de ellas reasumiese la autoridad judicial desaparecería para siempre, no solo la libertad política y civil, sino hasta aquella sombra de seguridad personal, que no pueden menos de establecer los mismos tiranos si quieren conservarse en sus Estados”.

Si don Agustín Argüelles se levantara de la tumba y les sorprendiera nombrando a los miembros del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) por cuotas de partidos, les corre a todos a gorrazos por la meseta de Castilla hasta su Ribadesella natal, y allí les obliga a darse un baño en el Cantábrico. Y ya si se entera de que los jueces del Tribunal Supremo los nombra el Consejo General del Poder Judicial, réplica a escala menor del Congreso de los Diputados, empujado de nuevo a la tumba por la tiranía de un sistema que no respeta la división de poderes, se refugia otra vez en el Panteón de Hombres Ilustres del madrileño barrio del Retiro.

Según Requero, Ferrín podría haber evitado el martirio si hubiera sido menos extravagante

Y a pesar del implacable control de los jueces por parte del actual sistema político español, de vez en cuando salen magistrados revestidos de dignidad, y como servidores de la justicia se niegan a jugar a la dependencia del poder político, jugándose, al tiempo, su carrera judicial. Ha habido varios casos en los últimos años, menos de los que sería deseable, y en este momento me vienen a la memoria los nombres de dos jueces de personalidad y trayectoria bien distintas, pero que mantuvieron una conducta ejemplar y admirable, como fue el caso de Marino Barbero y Fernando Ferrín Calamita.

Marino Barbero empezó su carrera de jurista como profesor en la Universidad, donde llegó a ser catedrático de Derecho Penal en la Universidad Complutense. Pocos como él y con tantos méritos han ingresado en la carrera judicial por el cuarto turno, que generalmente ha sido un coladero de paniaguados. Y en el ejercicio de la judicatura, le correspondió ser el primer instructor del caso Filesa. Ir a la sede del PSOE a buscar las pruebas de la corrupción del partido y sufrir una campaña de acoso implacable fue todo uno, hasta el punto que abandonó la carrera judicial, volvió a la Universidad y poco después falleció en el año 2001.

Es decir, políticamente correcto

El caso de Fernando Ferrín Calamita es todavía más cruel que lo de Marino Barbero, pues ha sido expedientado, expulsado de la carrera judicial y, en definitiva, condenado a morirse de hambre él y su familia. Muerte civil.

Y todo por cumplir con su obligación y pedir un dictamen para un caso de adopción de una niña por una pareja de lesbianas. Su petición fue juzgada como de retraso homófobo y, a partir de ese punto, se le ha acusado hasta de provocar la muerte de Manolete. Él ha narrado todo su calvario en un libro, en el que si fuera mentira lo que dice, le habría caído una colección de querellas, pero ni uno de los que menciona cometiendo tropelías se ha atrevido a empapelarle.

Y ahora viene lo sangrante, porque cuando se conoce la sentencia condenando a Ferrín Calamita, viene a hacer leña del árbol caído un juez al que habitualmente le pasean por ciertos foros católicos y por 13 TV como defensor de la familia, como es José Luis Requero, que publica en el diario El Mundo el día 26 de enero de 2009 un artículo titulado “Un martirio evitable”. Y conviene recordar que Jose Luis Requero, además de formar parte del Consejo General del Poder Judicial durante los años 2001 a 2008, a propuesta del PP, ha ascendido hasta el Tribunal Supremo por el apoyo que el PP le ha prestado a través de la designación de los miembros del Consejo General del Poder Judicial, nombrados por el Partido Popular, incluido el juez Fernando Grande Marlasca.

Con la doctrina Requero no se producirá ni un solo martirio, ya que esa manera de pensar y de comportarse solo genera verdugos

Según se va leyendo el artículo de Requero, le vienen a uno a la cabeza distintos calificativos, y ninguno bueno. Esto es lo que escribe contra Ferrín Calamita: “Y en estas estábamos cuando el juez Ferrín, en asuntos tan delicados, malogra su adecuado tratamiento empleando una retórica extravagante o retrasando un expediente. No niego que ese retraso sea sancionable, pero dudo que hubiese malicia, y en todo caso homofobia, es decir, delito; tampoco dudo de su intención de beneficiar a los menores, pero pudo hacer las cosas jurídicamente bien y sin violentar su conciencia”.

Y tras motejar de torpe a Ferrín Calamita, a continuación la misericordia de Requero acude a enseñar al que no sabe y prosigue en estos términos: “En tales asuntos el juez debe ser, si cabe,  más prudente y profesional, porque hacer las cosas bien no está reñido ni con creencia ni con ideas personales y éstas no pueden justificar unas chapuzas, unas tropelías que han impedido el adecuado planteamiento de un complejo problema jurídico”

Y Requero remata su artículo con una frase lapidaria que es a la vez una estocada a la quinta intercostal del ejemplar comportamiento de Ferrín Calamita: “De manera que no saquemos las cosas de quicio. Mártires, los justos”. Y puede quedarse tranquilo José Luis Requero que, con su manera de pensar y de hacer, no se va a producir ninguna inflación en el martirologio. Con la doctrina Requero no se producirá ni un solo martirio, ya que esa manera de pensar y de comportarse solo genera verdugos. Buen, y jueces estrella,