“¡Hijo mío, ya no hay distancias, lo que hay son taquillas!”. Esto es lo que le dijo la abuela a uno de sus nietos, al que le había pagado el billete para ir a los Estados Unidos, cuando le preguntó cuánto duraría el vuelo. Pero otra cosa es lo del presidente del Gobierno, para el que no hay ni distancias ni taquillas. Pedro Sánchez es de otra galaxia, y por eso le tenemos que pagar el Falcon. Y como de lo que no cuesta, lleno la cesta, hace unos días se nos ha ido a visitar la tumba de Manuel Azaña.

Lo cierto es que la manipulación de la Memoria Histórica se está revolviendo contra Pedro Sánchez y, por escarbar en el pasado, muchos españoles están descubriendo lo que no sabían, como que en la historia del PSOE no es democracia todo lo que reluce, porque está jalonada por el golpe de Estado de 1934, la corrupción, los robos desde su origen y lo que es más condenable: por un pasado manchado de sangre inocente por los muchos crímenes que el PSOE y la UGT cometieron durante la Segunda República y la Guerra Civil.

Por eso Pedro Sánchez ha ido a visitar la tumba de Azaña, para subirse en un pedestal más honroso que el que tiene la historia del socialismo español. Pero como la cultura histórica del presidente del Gobierno no da ni para distinguir entre Fray Luis de León y San Juan de la Cruz, Pedro Sánchez no tiene ni repajolera idea de quién fue Manuel Azaña. Por eso, al presentarse en la tumba de Azaña, a esquilar rebaño ajeno, Pedro Sánchez ha vuelto a salir trasquilado.

La historia del PSOE y la UGT está marcada por un pasado manchado de sangre inocente, por los muchos crímenes que cometieron durante la Segunda República y la Guerra Civil

Reducir la figura de Manuel de Azaña a la de un intelectual, que en sus tiempos libres se dedicó a la política, es tanto como negarse a conocer el pasado. Sí, ciertamente Manuel Azaña puede que fuera un intelectual en singular, pero desde luego fue un político en plural, porque desde 1931 hasta su muerte el 3 de noviembre de 1940 hay distintos “Azañas”, y algunos de ellos tienen un aspecto antidemocrático y, ojo, asesino.

Sí, he escrito "asesino", porque Azaña fue uno de los impulsores de la organización más sanguinaria de la Guerra Civil, que liquidó a españoles inocentes por millares. 

El 4 de agosto de 1936, Manuel Muñoz, responsable máximo de la Dirección General de Seguridad, firmó la orden de detención contra Melquiades Álvarez, que estaba en casa de su hermana, en la madrileña calle de Lista. Y ese mismo día, Manuel Muñoz convocó a una reunión en el edifico de Bellas Artes de Madrid, a los representantes de Izquierda Republicana, el partido de Manuel Azaña, junto con los de la CNT, la FAI, el PSOE, la UGT, el PCE, las JSU (Juventudes Socialistas Unificadas), la UR (Unión Republicana; la FIJL (Federación Ibérica de Juventudes Libertarias) y el PS (Partido Sindicalista).

Estas diez organizaciones constituyeron el Comité Provincial de Investigación Pública (CPIP), también conocido vulgarmente como checa de Bellas Artes y Fomento que, en colaboración con la Dirección General de Seguridad, iba a coordinar a todas las checas que cada organización, de las presentes en aquella reunión, habían instalado en Madrid, convirtiéndose de este modo el CPIP en la madre de todas las checas. Dicho Comité tenía una plantilla de 400 personas pertenecientes a las diez organizaciones fundadoras, de las que a su vez dependían en Madrid unos cinco mil individuos, aproximadamente, pertenecientes a las Milicias de Vigilancia de Retaguardia. Una gigantesca banda de asesinos dispuestos a sembrar la muerte y el terror.

De entre los próximos a Azaña sólo Julio Diamante Menéndez mantuvo una actitud digna. Dejo de ejercer en los tribunales republicanos cuando comprobó los crímenes que allí se perpetraban

Para que la actividad del CPIP no cesase día y noche, se constituyeron seis tribunales, que actuaban de dos en dos en tres turnos. El primero turno desde las 8 de la mañana hasta la cuatro de la tarde; el segundo desde las cuatro de la tarde hasta las doce de la noche y el tercero cogía el relevo al segundo y le entrega el testigo al primero a las 8 de la mañana.

Cada tribunal lo componían tres jueces, un fiscal y un mecanógrafo. Y en ausencia de alguno de los tres, el fiscal o el mecanógrafo pasaban a ocupar el puesto de juez, ya que para el caso era lo mismo, porque todos los jueces titulares de esta checa precedían de las profesiones más diversas, que nada tenían que ver con el Derecho.

Se conocen los nombres y la profesión de casi todos ellos. Por citar solo algunos de los jueces representantes del partido de Azaña, hay que citar a Virgilio Escámez Mancebo afiliado a Izquierda Republicana y agente de seguros, que además de ocupar plaza en el segundo tribunal se encargó de hacer el inventario de las alhajas requisadas.

A Izquierda Republicana pertenecía también Enrique Peinador Porrua, quien, además de juez, tuvo relación con el sanguinario García Atadell de la Brigada del Amanecer. Igualmente ocuparon la cuota de Izquierda Republicana como jueces Félix Llorente Uceda y Julio Diamante Menéndez. Este último, fue el único que tuvo al menos la dignidad de haber ejercido solo un día, pues salió corriendo cuando comprobó los crímenes que allí se perpetraban.

A los condenados a muerte no se les comunicaba el fallo de la sentencia. Se les engañaba diciéndoles que serían puestos en libertad

En el CPIP se practicaban juicios rápidos, que no duraban más de veinte minutos, por lo que en los cien días en los que actuó el CPIP hasta que se disolvió en el mes de noviembre se juzgó a 18.000 personas, de las que fueron condenadas a muerte a 7.200. Por su trabajo, todos estos jueces cobraban entre 300 y 500 pesetas al mes, el equivalente al doble del sueldo de un maestro. Y al disolverse el CPIP, los miembros de estos tribunales se repartieron un millón de pesetas. De las alhajas que había inventariado el representante de Izquierda Republicana en tan peculiares juzgados, nada más se supo.

A los condenados a muerte no se les comunicaba el fallo de la sentencia. Se les engañaba diciéndoles que serían puestos en libertad, pero que para cumplimentar una serie de trámites debían permanecer durante unos días dentro de las dependencias del CPIP. Los condenados a muerte eran trasladados inmediatamente a la celda cero. Y esa misma noche o al amanecer, se les sacaba a las afueras de la ciudad, donde eran asesinados. Los verdugos, además de acudir a la celda cero, para no equivocarse de víctima tenían una contraseña, pues en el expediente de cada uno de los que tenían que ser asesinados figuraba una “L” seguida de un punto en la parte superior del expediente, que significaba “liquidar”.

A todos los crímenes del CPIP de la propia checa, hay que añadir los que el CPIP cometió en sus funciones de coordinación de las otras checas y por su colaboración con la Dirección General de Seguridad. En este apartado las cifras de los crímenes se disparan. Como muestra, solo un caso. El 31de octubre de 1936 el CPIP sacó a 32 prisioneros de la cárcel de Ventas, con la excusa de trasladarlos a la cárcel de Chinchilla. Los carceleros se los entregaron al CPIP, porque la orden estaba firmada por el Director General de Seguridad, Manuel Muñoz. Pero estos presos no llegaron a la cárcel de Chinchilla, pues fueron trasladados hasta Aravaca, donde 24 de ellos fueron fusilados, entre ellos Ramiro de Maeztu, por haber cometido el delito de no ser como Azaña, un intelectual, pero de izquierdas.

Después de lo anteriormente expuesto, cabe preguntarse cómo es posible que Azaña participase en la construcción de esta tenebrosa guillotina del CPIP. Y la pregunta tiene fundamento, porque en los escritos de Azaña, como burgués e intelectual que era, se comprueba su desprecio a los marxistas, con lo que tantas cosas le separaban. Pero sí que había algo en lo que estaban totalmente de acuerdo, hasta el punto de estar dispuesto a mancharse las manos de sangre: Azaña compartía con los marxistas el odio que todos ellos tenían a los católicos, por lo que no dudó en formar parte del bando de los verdugos, que llevaron a cabo la mayor persecución de la Iglesia católica de todos los tiempos.

Y pese a todo, Dios le acogió en su misericordia, cuando Azaña le pidió perdón en su lecho de muerte, como está documentado por monseñor Théas, obispo de Montauban, quien le administró el Sacramento de la Penitencia.

Javier Paredes
Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá