Don Joaquín Torra, alias Quim, presidente de la Generalidad de Cataluña, en un arrebato místico ha nombrado prior de la capilla de San Jordi de la Generalidad a José María Turull Garriga, de quien yo desconocía su existencia, hasta que ha aparecido en la prensa tan honorable nombramiento.

No me ha sido difícil llenar esta lagunilla de ignorancia acerca de la clerecía catalana. Con un cuarto de hora de investigación he llegado a conocer los principales rasgos biográficos del nuevo prior, que ni son muchos ni muy brillantes, dando así la razón a aquel aldeano, que al contemplar la ruina de su huerta exclamó con pena: ¡Donde no hay mata, no hay patata!

José María Turull Garriga saltó a la fama cuando encabezó, micrófono en mano, una manifestación contra el Vaticano realizada en el palacio episcopal de Barcelona, porque Roma pretendía reorganizar la diócesis de Barcelona. Y desde semejante gesta, son unánimes los juicios que le califican como cura catalanista y progresista. Y con esta clasificación están todos de acuerdo, unos para enaltecerle y otros para denigrarle.

El nuevo fichaje clerical de Quim Torra es canónigo de la catedral y rector del templo de la Sagrada Familia. Antes había sido rector del seminario de Barcelona, institución de la que huían los curas de Barcelona durante su mandato, pues cuando encontraban algún muchacho con síntomas de vocación, lo enviaban al seminario de otra diócesis. Así es que, entre el gancho del rector y la actitud de los párrocos barceloneses, no digo yo que los seminaristas de Barcelona cupieran en un coche, porque no es cierto, pero en un microbús sí que podían viajar con comodidad, poniendo algunos incluso la mochila en el asiento de al lado.

Y si ustedes están pensando que el promovido por Quim Torra al priorato, José María Turull Garriga, tiene alguna relación de parentesco con Jordi Turull, están en lo cierto. En efecto, el nuevo prior de la capilla de San Jordi y el exconsejero de la Generalidad, Jordi Turull, actualmente en prisión, acusado de dar un golpe de Estado y a la espera de la sentencia del Supremo, son primos hermanos.

El nuevo fichaje clerical de Quim Torra, es canónigo de la catedral, rector del templo de la Sagrada Familia y primo hermano de Jordi Turull

¡Pero a lo que estamos Remigia, que se nos pasa el arroz, y hay que hablar de clérigos importantes de Cataluña y no hay más clérigos importantes que los que llegan a ser santos! Porque, precisamente, mañana día 12 de agosto, se conmemora la festividad de uno de ellos que no hace mucho ha sido declarado beato: Manuel Borrás Ferré (1880-1936) que fue obispo auxiliar de Tarragona, y murió mártir durante la última guerra civil.

Era entonces titular de la diócesis de Tarragona Francisco Vidal y Barraquer (1886-1943), un obispo moderado en tantos aspectos, incluido su catalanismo. Porque Vidal y Barraquer si bien no era un catalanista radical y separatista, era catalanista. Y según algunos historiadores, esa condición fue la causa de que gozara de la protección de la Generalidad, que le ayudó a salir de España para salvar la vida. Y como el catalanismo durante la Guerra Civil impedía el martirio en Cataluña, Vidal y Barraque murió en la cama, y en cambio a su obispo auxiliar hoy se le venera en los altares.

Durante la Guerra Civil, los rojos asesinaron a doce obispos y a un administrador apostólico, que regía la vacante episcopal de Orihuela. De estos crímenes cometidos por los socialistas, los comunistas y los anarquistas ya he dado cuenta en algún artículo anterior, como el que redacté con detalle el martirio del obispo de Barbastro, al que antes de asesinarle, le torturaron cortándole los testículos con una navaja y le cosieron la herida con hilo de esparto, como hacían con los caballos destripados, para que no se desangrara y pudiera llegar vivo al paredón… Lo siento, pero es que esto, como los versos de Alberti, también forma parte de la herencia cultural de la izquierda, que se autoproclama progresista.

La persecución religiosa fue especialmente cruenta en la Cataluña de Luis Companys, responsable de miles de asesinatos, muchos de ellos católicos, como el que hoy nos ocupa: el del obispo auxiliar de Tarragona.

Manuel Borrás Ferré había nacido en La Canonja (Tarragona) el 9 de septiembre de 1880 y fue ordenado sacerdote con 23 años, antes de la edad canónica. Destacó siempre por su profunda vida de piedad, en las que tenían un lugar destacado la devoción a la Santísima Virgen y el culto a la Eucaristía. Promovió en Tarragona la Adoración nocturna y el Culto de las Cuarenta horas. Y gracias a su iniciativa la fiesta del Corpus Christi y su octava alcanzaron en su diócesis una gran popularidad.

Como al estallar la Guerra Civil, los crímenes en la retaguardia de Cataluña iban en aumento, el comisario de la Generalidad en Tarragona, Mestre, recibió la orden de proteger a Vidal y Barraquer y, el 21 de julio de 1936 a las once de la noche, unos agentes del comisario trasladaron en coche hasta Poblet al cardenal Vidal y Barraquer y a su obispo auxiliar.

Aunque en celdas separadas, Manuel Borrás Ferré coincidió con Vidal y Barraquer en la cárcel de Montblanch

Al llegar a Poblet instalaron a los dos prelados y a tres sacerdotes que les acompañaron en la residencia del señor Todá, que era el presidente del Patronato de Poblet. Pero una patrulla del comité de Hospitalet de Llobregat, al tener conocimiento de que a Poblet había llegado “un pez gordo”, como así se refirieron a Vidal y Barraquer, fueron a cobrar su presa. Por fortuna, un vecino de Poblet avisó telefónicamente a la Generalidad, que comisionó al diputado Soler y Plá con un policía a su servicio para que rescatara al cardenal.

El coche en que era trasladado Vidal y Barraquer, al que acompañaba su auxiliar, mosén Viladrich, se cruzó en la carretera al llegar a Montblanch con el vehículo del diputado Soler y Pla, que le dio el alto. A partir de ese momento comenzó un forcejeo entre el diputado y los comités locales, que se negaban a soltar a su prisionero. Y mientras esto sucedía, el cardenal y su auxiliar fueron instalados en una celda de la cárcel municipal del nombrado municipio.

Por su parte, Manuel Borrás Ferré se había quedado en Poblet, bajo la protección del señor Todá, que en vista de los acontecimientos decidió trasladar de escondite al obispo auxiliar y llevarlo a un hueco del molino de Casa Girona. Pero después de este primer momento, por miedo a represalias, Todá le traicionó y le delató al jefe del comité de Espluga, que de inmediato se presentó para detenerle. Manuel Borrás se despidió de Todá con estas palabras:

—Señor Todá, usted está en su casa y a mí me toca cumplir su voluntad.

Y gracias a otra gestión de la misma persona, el señor Guitert, que había llamado por teléfono a la Generalidad, para salvar a Vidal y Barraquer, el coche que le iba a llevar a la muerte, partió hacia la prisión de Montblanc. Manuel Borrás al despedirse de Guitert, le abrazó y le dijo:

—Quede con Dios. Si no nos vemos más, hasta el Cielo.

Aunque en celdas separadas, Manuel Borrás Ferré coincidió con Vidal y Barraquer en la cárcel de Montblanch, de donde los emisarios de la Generalidad lograran rescatar al cardenal junto con su auxiliar Viladrich y en un barco le sacaron de España, con destino a Italia, de donde ya nunca regresó. En honor de la verdad, hay que decir que Vidal y Barraquer intentó llevarse a Borrás, pero los carceleros de Montblanch lo impidieron.

En la celda de uno de los sacerdotes encontraron un papel escrito por el obispo, en el que le encargaba que celebrase treinta misas

Manuel Borrás Ferré permaneció en dicha cárcel tres semanas antes de ser fusilado. De su comportamiento ejemplar tenemos el testimonio de uno de sus compañeros presos: “la permanencia del señor obispo en la cárcel, a pesar de su delicado estado de salud, motivado por una crónica colitis que sufría, fue de gran ejemplaridad. Nunca le faltaban palabras dulces y alentadoras para los demás compañeros de reclusión (…) de entre los presos, había varios de estos que, junto con los demás sacerdotes y bajo la dirección del ilustre doctor Borrás, muy prudentemente, tenían sus horas dedicadas al rezo ya a la oración”.

Solo les faltaba a sus carceleros un pretexto para matarle. En la celda de uno de los sacerdotes encontraron un papel escrito por el obispo, en el que le encargaba que celebrase treinta misas. Los rojos lo interpretaron como lenguaje cifrado, en el que misas quería decir armas… No hizo falta más.

El doce agosto le sacaron de la cárcel y trasladaron al obispo en la caja trasera de un camión. Y cuando apenas habían recorrido cuatro kilómetros, detuvieron el vehículo y en un descampado le acribillaron a tiros. A continuación, hicieron una buena hoguera y para no dejar rastro, arrojaron el cadáver al fuego.

Agustín Fornell, uno de los presos de quien poco antes se había despedido el obispo Manuel Borrás Ferré, formó parte de un grupo de detenidos de Montblanch, a los que se dirigió uno los verdugos del obispo, que tras haber cometido el crimen y regresar a la prisión les dijo lo siguiente:

—“Podéis estar tranquilos, puesto que el obispo todavía ha tenido el atrevimiento de bendecirnos antes de morir”.

 

Javier Paredes
Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá