Los socialistas pretenden esclavizar a la verdad para saciar sus antojos. El grupo parlamentario socialista presentó, hace medio año, una proposición de ley para crear la Comisión de la Verdad, y todavía no se les ha caído la cara de vergüenza. Van a designar a once personas —en paridad, los socialistas están en todo y no se les escapa ni una, ni uno— para crear “una Comisión de la Verdad de ámbito nacional, como órgano temporal y de carácter no judicial con la finalidad de conocer la verdad de lo ocurrido”. Y ya anuncian que al que no pase por el aro, le van a reeducar haciéndole pagar 150.000 euros de multa y cuatro años de cárcel. Este gobierno habla de reeducar las mentes, como hacía Mao, y como no reaccionemos nos vamos a enterar.

De momento, parece ser que los socialistas no piensan revisar lo de que el cuadrado de la hipotenusa es igual a la suma del cuadrado de cada uno de los dos catetos. Pero eso es porque ahora no les conviene, porque el día que les convenga a las huestes de Pedro Sánchez, desentierran al facha de Pitágoras y le dicen al griego ese cuánto es dos más dos. A día de hoy, lo que les preocupa a los socialistas y para lo que se crea esta comisión es para establecer una verdad oficial, que tape los crímenes que cometieron los socialistas y sus aliados durante la Segunda República y la Guerra Civil.

La verdad oficial que los socialistas quieren imponer a golpe de multa y cárcel es una gran mentira, que vengo desmontando en los artículos anteriores. Hace siete días me ocupé de algunos asesinatos y torturas de las monjas perpetrados por el bando republicano. Hoy me voy a detener a relatar algunos casos de la persecución religiosa que, por las circunstancias en que se cometieron, resulta imposible explicarlos solo por motivaciones sociales y políticas. Por lo tanto, los hechos obligan a pensar en influencias diabólicas, porque los verdugos traspasaron la línea que separa lo natural de lo preternatural, para instalarse en el territorio de los hijos de Satanás que, como padre de la mentira que es, tiene que estar encantado con la propuesta del grupo parlamentario socialista de la comisión reeducadora de mentes.

El martirio y asesinato del obispo de Barbastro, Florentino Asensio, tiene todas las connotaciones de una crueldad diabólica. La noche del 8 de agosto de 1936 fue a buscarle a la cárcel, donde lo tenían preso, un grupo compuesto por Santiago Ferrando, Héctor Martínez, Alfonso Gaya, Torrente el de la tienda de licores y otros dos más.

Entre insultos y carcajadas comenzaron por atarle las manos por detrás con un alambre y lo amarraron, codo con codo, a otro preso más alto y recio que él. Y a continuación, le bajaron los pantalones, para ver si era hombre como los demás. Y entre humillaciones y vejaciones, Alfonso Gaya exclamó burlándose del obispo:

—¡Qué buena ocasión para comer cojones de obispo!

Todos aprobaron la ocurrencia con una carcajada infernal. Santiago Ferrando le dijo que si tenía valor que lo hiciese y, sin mediar palabra, Alfonso Gaya sacó una navaja de su bolsillo y le cortó en vivo los testículos, los envolvió en papel de periódico y se los guardó en un bolsillo. Al instante, saltaron dos chorros de sangre que enrojecieron las piernas del prelado y las del otro preso atado a su espalda. Las baldosas del suelo quedaron encharcadas. Le cosieron la herida con hilo de esparto, como hacían con los caballos destripados. Y chorreando sangre, le obligaron a subir por su propio pie al camión que le llevaría al cementerio donde pensaban asesinarlo. Como sus movimientos eran lentos, para que acelerara, lo empujaban y le insultaban:

—“Anda tocino, date prisa”. Le dijo uno de sus verdugos.

De los insultos pasaron a los golpes, y uno de los verdugos le hundió el pecho con la culata de su fusil, provocándole una doble fisura en el costillar del lateral izquierdo.

En el cementerio dispararon contra los presos, pero teniendo cuidado de no herir de muerte al obispo, con el fin de que falleciese durante la noche desangrado. Los quejidos de su larga agonía se podían escuchar desde el hospital de San Julián, por lo que el doctor Antonio Aznar Riazuelo avisó por teléfono al comité de vigilancia de las lamentaciones que se escuchaban desde el cementerio. Poco después de la llamada del médico, subió al cementerio un grupo de milicianos y lo remataron.

La especialidad de las checas (socialistas y comunistas) era la tortura. A Jesús Gigante le torturaron en dos ocasiones.Tres días después fue apaleado de nuevo, le mutilaron y le remataron. 

La castración del obispo de Barbastro no fue la única. Lo mismo hicieron con el coadjutor del Santo Cristo de Valdepeñas (Ciudad Real), Jesús Gigante Ruiz, persona conocida y querida por sus feligreses por ser nacido en Valdepeñas el 1 de junio de 1888 en una familia humilde, pues su padre era carretero de profesión.

El 16 de septiembre de 1936 fue apresado junto con otros sacerdotes y conducido a la checa de Valdepeñas, llamada La Concordia. Todo un sarcasmo, pues Jesús Gigante fue torturado y apaleado brutalmente en la checa, hasta el punto que tuvieron que llevarlo al hospital, para que no se les muriese.

Durante la hospitalización estuvo vigilado por milicianos. El 19 de noviembre de 1936, le sacaron del hospital con la excusa de que le iban a llevar a su casa para que se restableciese. Y hasta avisaron a sus familiares, para que le tuvieran preparada una cama. Pero en realidad, fue conducido al Retén. Tres días después, el 22 de noviembre, fue torturado de nuevo con todo tipo de tormentos. Todavía vivo, le cortaron los testículos, se los metieron en la boca y a continuación lo acribillaron a tiros.

Con el mismo ensañamiento diabólico fue martirizada la navarra Apolonia Lizárraga y Ochoa de Zabalegui, superiora general de las Carmelitas de la Caridad, que fue asesinada el 8 de setiembre de 1936.

Apolonia fue apresada a primeros de septiembre y encerrada en la checa barcelonesa de San Elías, que ocupaba el edifico que antes de la guerra había sido un convento de Clarisas. En esta checa, Apolonia fue sometida a todo tipo de vejaciones y malos tratos, aunque por pocos días. El día 8 de septiembre, el responsable de la checa, apodado El Jorobado, junto con otros tres milicianos la sacaron al patio central, donde la desnudaron totalmente. Tras vejarla, la colgaron de un gancho, la aserraron y echaron los trozos de su cuerpo a unos cerdos, que habían sido incautados y que los engordaba allí el responsable de la checa. Por este motivo el Jorobado, a partir de ese día, promocionaba la venta de sus productos anunciando que vendía chorizos de monja.

 A la seglar  Carmen Godoy, los milixianos le encerraron en una jaula con un loco para que la violara a la vista de todos. Luego le machacaron la cabeza con una azada y la enterraron viva

Para ser candidato al martirio era igual la condición clerical o laical. Los más conocidos hasta hoy por ser los más estudiados son los martirios de los sacerdotes, los frailes y las monjas. Pero también hubo muchos laicos que fueron martirizados, como fue el caso de Carmen Godoy Calvache, que fue beatificada el 25 de marzo de 2017.

Carmen había nacido en Adra, municipio costero de la provincia de Almería. Se casó, tuvo cuatro hijos de los que solo sobrevivieron dos y estando embarazada del cuarto murió su marido en 1924. Al quedarse viuda, se fue a vivir con su tía Emilia, a la que ayudó a administrar su patrimonio, que tenía cierta entidad. Y dio tales muestras de ejercitar la justicia y la caridad, que le mereció el reconocimiento de la sociedad de Adra. Tanto que fue ella la que abanderó un movimiento en Adra  de recogida de fondos, para reconstruir la iglesia, que había sido quemada en 1933.

Y eso no se lo perdonaron los incendiarios, por lo que al estallar la guerra en 1936 huyó a Madrid, para esconderse de sus perseguidores. Pero fue inútil, le dieron caza en la capital de España en agosto de 1936, la internaron en el Hospital de la Princesa, y desde aquí fue trasladada a su pueblo.

Fue encarcelada en su propia casa, que la CNT había convertido en sede de su comité. Y allí comenzaron cuatro meses de torturas, por negarse a dar la lista de los que habían contribuido económicamente para la reconstrucción de la iglesia.

La despojaron de todos sus vestidos y tuvo que permanecer desnuda en una habitación entre sus propios excrementos. Así soportó las humillaciones de los hombres que llevaban sus carceleros, para que se burlasen de ella. Y para humillarla aún más, la exhibieron desnuda en una jaula en la que metieron con ella a un hombre también desnudo, que tenía perdido el juicio, para que la violara en la jaula a la vista de todos.

Le restringieron la comida y el agua. Y tras tiempo sin beber, todo lo que le ofrecían era un vaso con la orina de sus carceleros. Le rajaron uno de sus pechos con un puñal, herida de la que nunca se recuperó. Y una noche de crudo invierno la metieron en las aguas heladas del puerto, para hacerla sufrir el ahogamiento. La Noche Vieja de 1936, ante la imposibilidad de sacarle los nombres de los benefactores de la parroquia, la subieron a un coche y la llevaron a la carretera de La Curva, donde uno de sus verdugos la violó. Satisfechos los milicianos, la llevaron a la Albufera de Adra, donde cavaron una fosa ante ella, le machacaron la cabeza con una azada y no quisieron esperar a que se muriese. La enterraron viva.

Javier Paredes
Catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Alcalá