Salud y República. De esta guisa habló doña Rosa Regás, directora oficial de la oficial Biblioteca Nacional, en un brindis oficial. Doña Rosa se caracteriza, al menos, por dos cosas: es muy feminista y tiene muy mala leche y, por mucho que ustedes me insistan, no estoy dispuesto a aceptar que ambas condiciones constituyan una reiteración. Es cierto que doña Rosa cobra su sueldo oficial de la muy oficial Monarquía que reina en España, pero eso no tiene nada que ver. Ahora estamos en la conformación de la III República, y las viejas republicanas sienten incluso vivencian- que nuezvos ardores inflaman su pecho, especialmente los 14 de abril. Ahora, con el zapatismo, todas las esperanzas han rebrotad podemos tener Estatuto, podemos convertir en demócratas a los etarras y, por qué no, podemos lograr el cambio de régimen.
Porque claro, como ya afirmamos en nuestra portada de Hispanidad de hoy, los monárquicos afirman que sus adversarios han enseñado la patita demasiado pronto, y, sobre todo, la han mostrado muy mal. El problema del grito Salud y República no está en lo de república ¿quién no es republicano?), sino en lo de Salud, que es el ideal trascendente más elevado de la II República. Cuando la televisión pública nos muestra las celebraciones del 14 de abril, con grupo de personas puño en alto, la hoz y el martillo y cantando la Internacional, los españoles recordamos que, al revés de como ocurre en otras muchas repúblicas europeas, pongamos Francia o Alemania, para nosotros la república es sinónimo de tiranía comunista y revolución bolchevique, de asesinatos en las calles, anticlericalismo feroz y checas, amen del preludio de la Guerra Civil del 36. A esa república no se apunta la inmensa mayoría de los votantes del PSOE. Por las mismas, hay republicanos, yo mismo, que en 1936 nos hubiéramos situado de parte de los golpistas del general Franco, por la sencilla razón de que a los católicos nos mataban.
Pero es igual. Lo que ya, 24 horas después del hecho, se llama el espíritu de Vistalegre por el mitin pronunciado por Zapatero el domingo 23, ha mostrado que a Mr. Bean hay que añadirle un adjetivo más. Hasta ahora, Zapatero era un personaje ignorante, insensato y maliciosamente resentido. Ahora hay que añadirle un curto adjetiv endiosado. Tras dos años de Gobierno, la transmutación ha sido muy sencilla: ZP ha descubierto que puede hacer lo que le venga en gana, incluida la III República, siempre que sepa graduar debidamente a sus enemigos. Zapatero puede desmoralizar a los españoles, puede romper el país, puede hacer cualquier cosa siempre que se mantenga en el poder. Mientras no consiga la ansiada mayoría absoluta deberá seguir jugando al aislamiento del PP y lo hace con singular maestría- uniendo a nacionalistas de izquierdas y de derechas a ecologistas, comunistas, feministas, gays y a todos aquellos que, ¡atención!, tengan cuentas pendientes con la Iglesia Católica. Este es el punto crucial. Porque en España no se vota a favor de alguien (¿alguien en su sano juicio puede contemplar la sonrisa de Zapatero y apuntarse a su partido?), sino en contra de alguien o de algo. Por ejemplo, el anti-cristianismo da para mucho, el anti-conservadurismo también, el anti-monarquismo lo mismo, el anti-españolismo por supuesto.
Lo del endiosamiento de un político llega cuando consigue que la gente trague con todo lo que haga, sea lo que sea, rompa lo que rompa. Mediada la legislatura, Zapatero se encuentra justo en ese momento. Puede, incluso, terminar con la Monarquía, hasta hace un lustro, sagrada en España. Felipe González y Alfonso Guerra, al igual e el acomplejado de Aznar, no consiguieron que a España no la reconociera ni la madre que la parió, porque a pesar de sus bravuconadas, los 3 eran consciente de que no se juega con las cosas de comer. Pero Zapatero no lo es. Está convencido, como repite su segunda, Fernández la Vega, de que puede ser presidente de España por 25 años y jubilarse, si ello fuera posible, como presidente de la III República.
Y es que cuando un político habla de leyes que no se cambiarán nunca porque lo que hagamos ahora, quedará. Y nadie lo va a ambiar, es para echarnos a temblar.