La verdad es que no podemos expulsar a Pedro Zerolo de Europa porque eso constituiría una atentado contra la homo-diversidad. Sin embargo, él sí puede decir que Polonia, el país con la historia más heroica de todo el mundo moderno, asolado por nazis y comunistas, el país que más razones tiene para recelar de Occidente que le abandonara una y otra vez, el drama nacional más intenso del siglo XX… y ahora resulta que Zerolo quiere expulsarles de la Unión porque los polacos no quieren que a sus niños polaquitos les conviertan en cacorros desde su más tierna infancia. Y Zerolo tiene claro que eso no es libertad, sino fiero libertinaje.

Precisamente Polonia, el adalid de la soberanía moral debe ser castigada, porque no está dispuesta a colaborar en el amariconamiento pagado con dinero de nuestros bolsillos. De la invasión nazi a la comunista, y de ésta a la invasión zerolista, que no deja de tener su peligro.

Pero nuestro héroe nunca se queda quieto. Por eso, inmediatamente después de reclamar la justísima expulsión de Polonia de la UE (a lo mejor les iba mejor) se fue a comulgar a San Carlos Borromeo, junto a ese cristiano ejemplar, aún no canonizado por el fascismo que ocupa el Vaticano, llamado a José Bono, ex ministro de Defensa.

Ambos comulgaron con los bizcochos mojados en vino, o en no se sabe qué, mientras Bono, en un rapto místico, totalmente ajeno a sus relaciones inmobiliarias y a la compra de material bélico para el Ejército, advirtió ante los micrófonos de RTVE que si Cristo volviera la tierra se sentiría muy seguro en San Carlos Borromeo.     

Está claro, Zerolo debe contraer matrimonio con Bono. La patria lo exige. Y los polacos, que los trasladen a Mongolia. Hitler lo intentó y Stalin también. Pero no van a comparar a don Adolf y don José con don Bono y don Zerolo.

Eulogio López