Con el virtuosismo que la caracteriza la actriz francesa Isabelle Huppert repite como concertista de piano, al igual que hizo en La pianista, de Michael Haneke. También aquí le toca interpretar a un personaje tan complicado como antipático.
Ann, una concertista de profesión, decide romper con su pasado y empezar una nueva vida tras ser testigo de la infidelidad de su novio. Con la ayuda de un amigo de la infancia, Georges, Ann comienza una huida hacia delante que le llevará a una isla donde se encuentra Villa Amalia.
El viaje existencial que inicia Ann atrae en un principio porque es un buen ejemplo de la búsqueda que todo hombre tiene del sentido de su vida. Pero pronto nos percatamos de que no hay ningún viaje físico, aunque sea a un escenario tan bellísimo como el que se divisa desde Villa Amalia, que pueda llenar el vacío existencial. Así, Ann como su progenitor (al que conocemos casi en el desenlace de la película), son seres egocéntricos que creen encontrar la felicidad mirándose su propio ombligo. Por eso, este drama francés, adaptación de una novela de Pascal Quignard, deja tan mal sabor de boca: porque cuando Ann frena en su huida no reflexiona sobre sí misma y su papel en el mundo sino tan sólo se limita a balbucir: ahora estoy tranquilaDe ahí lo peligroso de calificar a Ann como una heroína cuando no tiene nada de admirable.
Eso sí, este viaje a ninguna parte está bien ambientado, fundamentalmente gracias a la música atonal y poco atrayente que compone Ann.
Para: Los que quieran ver una excelente muestra de los héroes cinematográficos que encumbra el cine actual