Mi primer contacto con la Virgen del Carmen fue el día de mi bautizo, cuando tenía 8 días.
Aunque no era esa su parroquia, a mis padres les hizo ilusión que recibiera el primer sacramento bajo la mirada amorosa de la Reina de los mares. Puede que sea por eso mi gran devoción a Ella, la Virgen marinera, y puede que también mi afición al mar. Y puede que también toda mi vida desde la infancia, hasta el día de hoy la Providencia ha hecho que siempre viva junto a Ella, adonde se la venera y se la quiere con especial cariño.
Jesús por una curiosa coincidencia, también, fue un hombre del mar. Eligió como punto de partida de su misión a Cafarnaum, una pequeña ciudad situada al margen del mar de Tiberíades o lago de Genesaret. Sus habitantes vivían fundamentalmente de la pesca. Jesús toma esta ciudad, como lugar de sus operaciones, por vivir en ella Pedro. Jesús hizo muchos viajes en barco, marcados por turbulencias, milagros y enseñanzas. Llama la atención el pensar que Jesús haya elegido el lago de Genesaret para iniciar su misión. Es impresionante pensar que Jesús está presente entre las gentes del mar.
Por esto, a la Madre del Señor, La Estrella de los mares, durante las largas singladuras, van dirigidos los mejores pensamientos y oraciones de los marineros que la sienten siempre muy cercana, sobre todo en los momentos de apuro y dificultad.
Estos años en los que atravesamos esta gran crisis, tanto económica como de valores, no desaprovechemos la oportunidad de acudir a Ella que es vida, dulzura y esperanza nuestra, como repetimos cuando rezamos la salve, en la confianza de que seremos escuchados. No estamos solos, María, como le gustaba llamarla Juan Pablo II, está junto a nosotros, atenta a nuestras necesidades.
¡Yo lo digo por experiencia! ¿Quién no lo cree? Que pruebe, y ya verá.
Elena Baeza