Mosén Javier Baeza es un cura comprometido, que junto a otro comprometido cura, Enrique de Castro, regentan, o quizás detentan, la parroquia de San Carlos Borromeo en Madrid. Plenamente dedicados a la función social, la parroquia se convirtió en una ONG… o así. El obispado de Madrid ha decidido que si su preocupación social es tan intensa, lo mejor es que abandone actividades tan anticuadas como predicar y administrar sacramentos.

Pero entonces se ha producido el llamado efecto de gallego Loisiño:

- Oye Loisiño, ¿dónde quieres que te entierren?

- Si muero en Vigo que me entierren en Pontevedra, y si muero en Pontevedra que me entierren en Vigo.

- ¿Y eso por qué Loisiño?

- Por nada, por xoder.

Y entonces van el cura Castro y el cura Baeza, y deciden reabrir la parroquia como tal parroquia, y celebrar el sacramento de la Confesión y de la Eucaristía. Eso sí, de una forma pluralista. Por ejemplo, las eucaristías islámico-católicas, donde se reparten rosquillas en lugar de formas consagradas. O confesiones colectivas, donde cada quisqui se confiesa directamente ante Dios, como corresponde al elevado rango de los feligreses de San Carlos Borromeo.

Pero la persecución inquisitorial –no sé cómo se me ha podido ocurrir este adjetivo tan inhabitual- a la que el pérfido cardenal de Madrid, Antonio Rouco Varela, somete a los comprometidos curas De Castro y Baeza, ha obligado a los perseguidos a convocar una rueda de prensa en defensa de su ministerio, que es precisamente eso: todo un ministerio. Estamos hablando de comprometidos curas- como creo haber dicho antes-, gente pronta al martirio, al martirio de tener que atender a cuantos micrófonos y cámaras se pongan por delante. No lo hacen ya por la revolución proletaria -¡Qué tiempos aquéllos!- ni tan siquiera por los derechos civiles –aborto, gaymonio y cosas así- ahora lo hacen por la Alianza de las Civilizaciones, que es, como muy bien ha explicado don Enrique de Castro, "el hombre está por encima de las religiones y hay que creer en el hombre".

Ahora bien, Rouco Varela no dispone de la Guardia Civil, y el Código de Derecho Canónico no le da para mucho: puede suspenderles 'a divinis', lo que no parece que acongoje a unos comprometidos curas que hacen mangas y capirotes de la autoridad eclesial. No por soberbia, no, sino porque, al igual que ocurre con la caridad, la obediencia, bien entendida, empieza por uno mismo.

Pero no mucho más. Porque estos comprometidos luchadores por los débiles, impecunes y desesperados, y en particular por la Alianza de Civilizaciones, pueden mantenerse en su trece mucho tiempo. No se sabe cómo, pero disponen de mucho dinero, que almas caritativas –y muy comprometidas- les facilitan para que ellos solitos puedan reformar la anquilosada y naftalínica Iglesia en todo el mundo mundial. Las parroquias digamos "normales" andan siempre a la cuarta pregunta pero, gracias al amor del pueblo, tanto del pueblo cristiano como del musulmán, resulta que San Carlos Borromeo nada en la abundancia.

Personalmente, no soy partidario ni de declararles herejes ni tan siquiera de excomulgarles. Lo que yo propongo es abrir un proceso de diálogo, y una vez abierto arrearles un par de bofetadas a don Enrique y a don Javier –sí, dos para cada uno- con el objetivo, que diría Guareschi, de colocar cada una de sus ideas en la parte correspondiente del occipucio. Y de esta sugerencia pueden deducirse dos grandes verdades: que tengo muy mala leche y que la Iglesia puede sentirse regocijada al no tenerme como obispo. Sin embargo, ahí queda mi propuesta.

Porque claro, si mis compañeros periodistas, y esto independientemente de sus convicciones religiosas, ven el mismo espectáculo que veo yo, las mismas solemnes majaderías de los dos comprometidos curas, ¿por qué les ha convertido en los héroes de la Cuaresma?

Eulogio López