Cuando en julio de 2010 entró en vigor la nueva ley de Salud Sexual y Reproductiva, del gobierno de Rodríguez Zapatero, se dijo a la ciudadanía que el objetivo era reducir el número de abortos, gracias a la mejor educación sexual, a la mayor difusión de los anticonceptivos y a la venta libre de la "píldora del día siguiente" (PDS). Con ese arsenal anticonceptivo, el éxito estaba garantizado.
Pues si la ley tuviera un periodo de garantía, habría que devolverla. Los datos ahora conocidos correspondientes a 2011 solo revelan aumentos: los abortos suben un 4,5% respecto al año anterior hasta alcanzar el récord de 118.359, lo que equivale a uno por cada cuatro nacidos vivos; la tasa de abortos por 1.000 mujeres entre 15 y 44 años sube a 12,44, la más alta nunca registrada; incluso el número de centros que practican abortos aumenta también de 146 a 172, lo que parece indicar que con la nueva ley ha habido cierta expansión del negocio.
Tampoco es extraño que las cifras marquen esta tendencia ascendente. Si una conducta pasa de ser considerada teórico delito a derecho, lo raro sería que disminuyera. El efecto preventivo de la PDS también se ha revelado ilusorio.
Algún aborto habrá evitado la píldora, pero en grandes números no son fenómenos alternativos, sino que más bien tienden a crecer juntos. Los datos correspondientes a 2010 indicaban ya que la venta de la PDS había crecido un 83%, y también en ese año volvió a aumentar el número de abortos. Más bien da la impresión de que la fácil disponibilidad de la PDS contribuye a aumentar las conductas de riesgo, al dar una sensación de arma de último recurso.
Si en cualquier otro problema de salud pública se observara tal disparidad entre objetivos y resultados, pocos dudarían de que hubiera que cambiar de estrategia. Sin embargo, en el tema del aborto ha imperado hasta ahora el "más de lo mismo", con la ilusoria esperanza de que la realidad se adapte a nuestros deseos. El gobierno de Rajoy, que viene anunciando que va a cambiar la ley, puede encontrar en estas cifras nuevos motivos para cargarse de razón.
Jesús Domingo