El trabajo se le facilita ya que el Código Penal suizo, que data de 1942, concluye que la ayuda al suicidio no es delito. En Holanda y Bélgica la eutanasia está legitimada, bajo ciertos requisitos y se administra, solamente, a los oriundos. Por el contrario, Dignitas brinda su asistencia a los extranjeros. La cifra de mortales que concurren a Suiza para matarse va creciendo. Hasta el momento se superan los 100 suicidios asistidos, en el citado centro abortista suizo.
De los 2.500 miembros que lo componen, tres cuartas partes son forasteros. Por un precio de 25 francos suizos, consiguen asistencia para suicidarse. Deben exhibir los documentos médicos con el diagnóstico y que un médico del abortorio les prescriba una sustancia, que deberán tomar por sí mismos. "Este tipo de turismo no es el que desean los suizos", afirma Andreas Brunner, fiscal del cantón de Zúrich, y está provocando una sensación de angustia. Brunner sospecha de este cuchitril abortista. En este momento está indagando un caso en que el mortal que se suicidó padecía una fuerte depresión y no una dolencia terminal. Determinados políticos especulan que sería conveniente reglamentar la cooperación al suicidio, de forma que los enfermos tengan más tiempo para poder modificar su determinación.
La demanda de un doliente que ya no quiere vivir, lo que pretende indicar es que no desea vivir así, por lo que puede ser una súplica de que se le calme su sufrimiento o su dolorosa melancolía.
La eutanasia consiste en atrapar a la muerte de modo avanzado y, así dar fin a la propia existencia. Este suicidio se muestra burdo y cruel. Nos encontramos ante la cultura de la muerte que triunfa en las sociedades opulentas.
Clemente Ferrer Roselló
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