Sr. Director:
Algunos medios desafectos a lo eclesial pusieron el grito en el cielo, al hacerse públicos algunos casos de curas pedófilos en Boston y en algunas parroquias de EE.UU.
Arremetieron inmisericordes contra la Iglesia y los obispos por permitir tales abusos. Fue el gran Papa Juan Pablo II, el que llamó a Roma a los jerarcas salpicados por este afaire, quien con toda su autoridad zanjó la cuestión: tolerancia cero.
Ha sido ahora el Vaticano, que ha secundado el mandato papal, con un documento bien pensado, en el que se han dado normas para orientar a los candidatos homosexuales seminaristas, a otro género de vida distinto del sacerdocio.
Todo para evitar, en lo posible, la repetición de futuros escándalos amplificados por los medios y que tantos sufrimientos acarrearon a la Iglesia. El documento, que se filtró la semana pasada, reitera el respeto de la Iglesia a los homosexuales y que no deben ser discriminados, pero les descarta como candidatos al sacerdocio, que no es un derecho.
No deja de ser curioso y llamativo que los mismos que rasgaron sus vestiduras culpabilizando a la jerarquía católica por amparar a los curas gays, ahora descalifiquen a la misma Jerarquía cuando trata de poner remedio, atajando el mal de raíz.
Miguel Rivilla San Martín
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