Una empleada de Metro de Madrid se queja, con bastante razón, del trato que recibe de los usuarios. Sin matización alguna, tiene toda la razón del mundo. Los viajeros de este medio de transporte público decimos lo mismo que ella, tanto como nos tratamos entre pasajeros, como por el recibido por algunos empleados de la compañía.
La raíz del problema es la educación, la mala educación. Tenemos muy poco aguante con nuestros semejantes, enseguida saltamos por nimiedades y hacemos de la convivencia una agresión permanente. La conducta de algunas personas es sencillamente intolerable. Valga como ejemplo los siguientes hechos reales.
Dos empleados tienen que atender a viajeros que se les ha bloqueado la banda magnética del abono mensual, mientras uno, sin mirar a los ojos del cliente, abre la puerta para que éste pase, el segundo pide el billete al viajero para desbloquearlo. Obviamente el segundo de los trabajadores de Metro es el que ha cumplido profesionalmente con su trabajo y, además, ha sido amable.
Llega un tren al andén, se abren las puertas y las personas que esperan fuera se apelotonan impidiendo la salida de los usuarios que abandonan el vagón. Después de dejar pasar con mal gesto a los que salen, se precipitan a la carrera para sentarse. Nadie se queja y, por suerte, todos han salido y todos han entrado, o mejor dicho, a todos los han sacado y a todos los han metido. Una vez dentro, la mochila del colegial se lleva por delante lo que encuentra en su camino, la embarazada aguanta el trayecto de pié, los que están sentados miran al suelo o al techo, nadie se ofrece a ser amable, nadie pide perdón por pisar indebidamente y, así, llegamos a otra estación y vuelta a empezar.
Practicando la buena educación que todos aprendimos de pequeños, nuestra convivencia sería mucho más grata gracias a nuestro comportamiento social.
Alfonso R. Vicandi
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