Es la idea que aletea todo el Sábado Santo tras los sucesos del viernes: la cobardía de los próximos a Cristo, especialmente de ese truhán genial, el más genial de todos los apóstoles, llamado Pedro. Decía el fundador del Opus Dei, San Josemaría, que "Dios siempre elige instrumentos desproporcionados", para que quede claro que es la gracia de Dios la que actúa, no la pericia humana. Como no tengo medida, servidor llevaría ese brillante descubrimiento más allá: en cuanto vemos a alguien aventajado en las cosas de Dios es porque humanamente no vale un céntimo de euro.

No lo duden. Cuando los místicos hablan de abandono en manos de Dios, no están dibujando la causa de la humildad, sino su consecuencia: no están diciendo que, por humildad, el santo se abandona en manos de Dios; lo que están diciendo es que la única manera de ser santos es abandonarse en manos de Dios, porque, de todos los hombres, los santos son los que, humanamente, menos valen. Me atrevería a decir que cuanto mejor cristiano, menos cualidades posees como hombre.

Y entre las cualidades de Pedro estaba lo que hoy en día llamaríamos valentía física –o sea, pura mala uva- mienta padecía de cobardía cívica. El mismo que saca la espada en el Huerto de los Olivos para enfrentarse a soldados profesionales, se aterroriza y paraliza ante la ‘acusación' de una criada. Es el vivo espejo del cristiano: el hombre que daría su vida por Dios –gracias a la ayuda divina, claro- en tiempos de persecución, pero que no se atreve a continuar con su hábito de niño cuando se santiguaba al pasar delante de un sagrario, no el vaya a ser que piensen quién sabe qué sobe s persona.

No dejamos de repetir que el mundo se está descristianizando y, cuando lo decimos, pensamos en las escasísimas manifestaciones públicas de la fé, inferiores a las del pasado inmediato, sea pasado autoritario o democrático. Pues bien, si Cristo ha sido expulsado del foro ha sido por la cobardía de los creyentes. Pero ese juicio no parece compatible con el éxito de las procesiones de Semana Santa, que sólo los superficiales pueden confundir con una manifestación turística. ¡Menuda atracción lúdica!, permanecer horas de pie para ver pasar una imagen que puedo contemplar todos los días en una Iglesia. No, la gente que acude a las procesiones va buscando algo que ya conoce o esperando encontrar algo que no acaba de conocer.

En cualquier caso, ¿cuál es el problema "público" del cristianismo actual? Pues la cobardía, eso que hemos llamado cobardía cívica. En medios intelectuales, académicos, políticos, periodísticos, no está bien visto hablar de Dios. Ni bien ni mal, simplemente no está bien visto, por la misma razón que en la Inglaterra victoriana no se debía citar la palabra ‘pantalones' delante de una señorita. Por tanto, no nos vendría mal a los cristianos cierto exhibicionismo de nuestra fé. No recomendaría esto en otras épocas o en otras latitudes. En el Occidente actual, sí, sin ninguna duda. Un poner: las procesiones de Semana Santa no constituyen, ni de lejos, la esencia de la Semana Santa. Pero hoy en día, tiempos de cobardía entre los católicos, me parecen de lo más necesario. Por la misma razón por la que creo que sacerdotes y monjas deberían ir vestidos con hábito, hoy más que nunca. ¿Por qué? Porque en la sociedad de la imagen hasta las grandes verdades entran por los ojos.

A fin de cuentas, como recordaba Clive Lewis, la valentía no es una virtud sino todas las virtudes en su punto de prueba. En efecto, un amor, una pobreza, una generosidad, una lealtad, que ceden cuando vivirlas supone un riesgo de exclusión social o laboral... no son pureza, ni humildad, ni generosidad. Ni lealtad.

Lección para el Sábado Santo: Superar la cobardía, es decir, comportarnos como somos, coherentes con nuestra fé... con autenticidad, con naturalidad.

Eulogio López