Cuando se habla de modificar la ley electoral se juega con dos conceptos que son contradictorios: Proporcionalidad y circunscripciones.

Por ejemplo, a los nacionalistas les traen sin cuidado una mayor o menor proporcionalidad siempre, eso sí, que se mantenga la circunscripción provincial. Es decir, que tan devotos del sistema mayoritario pueden ser PSOE y PP como CIU o PNV, dado que éstos dos últimos son mayoritarios en, por poner un ejemplo, Vizcaya o Gerona.

La opinión mayoritaria entre la clase política, por la cuenta que le trae, es que cuantos menos partidos más estabilidad. Muy cierto, más estabilidad y menos representatividad, que, supongo, es la esencia de la democracia. Es lo mismo ocurre con el tipo único fiscal: más sencillo, se argumenta. Más injusto, alado yo, porque estamos igualando a los desiguales.

Por otra parte, la alternativa que propone Izquierda Unida, la formación que peor parada sale con el sistema DHont, vigente en España, consiste en ampliar la Cámara de Diputados, hasta los 400.

Para aclararnos: una reforma electoral debe tender a lo siguiente:

1.Al mayor pluralismo, que lo ofrece el sistema proporcional, no el mayoritario.

2.A que todos los votos valgan lo mismo.

3.A la supresión de todas las barreras de entrada.

4.A primar la persona sobre la institución: listas abiertas y, en su caso, sistemas presidencialistas, por ejemplo para la elección de alcaldes, aunque, personalmente, lo ampliaría a cualquier elección, por ejemplo, la de presidente del Gobierno. La historia democrática del mundo ha consistido en la elección de personas, no de siglas. Hasta la monarquía fue electiva en sus comienzos... y no era un mal sistema.

5.A homologar la financiación de las campañas electorales y a reducir los salarios de los cargos elegidos. El Sistema se perpetúa a costa del dinero de los ciudadanos que se vierten sobre los partidos con representación parlamentaria, que son los únicos beneficiarios. De esta forma, la renovación se torna imposible.

Hay otra media complementaria sin la que ni puede hablarse de regeneración democrática: más impuestos religiosos, en definitiva, que el ciudadano pueda elegir dónde se destinará parte de sus impuestos, y más refrenda, más participación directa del ciudadano en la toma de decisiones. Parece mentira que en la era de Internet, a ningún político se le haya ocurrido esta propuesta. Quizás porque si hay algo que odia la clase política que odia la clase política democrática es que el pueblo se entrometa en sus asuntos.

De hecho, los dos únicos sistemas con el mayoritario puro, presidencialista o el proporcional puro. Decir que este genera inestabilidad es no mirar hacia un Estado como el de Israel, el más necesitado de estabilidad desde su fundación, hace ahora 60 años.

Todo lo anterior es posible, pero dada la clase política que tenemos, más bien mezquina y corta de miras, a lo mejor se conformarían con este embrión de reforma: cambiar las circunscripciones provinciales por las autonómicas, lo que, además de políticamente correcto, permitiría una leve, muy leve, proporcionalidad extra. Y los nacionalistas y regionalistas no pondrían pega laguna.

Junto a ello, una elección presidencialista de los alcaldes. De esa forma, nos acostumbraríamos a valorar a las personas, aunque fuera sólo en el ámbito municipal.

Eso, y la  supresión de las barreras de entrada: reparen en que el Partido Democrático Española (PADE) acaba de disolverse: una mala noticia para la democracia.

Reforma electoral en profundidad o reforma electoral tímida. De nada. Les advierto que Pedro Arriola por menos de esto te pasa una factura de 6.000 euros.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com