Ya me empieza a cansar el divorcio forzado entre fe y razón, entre Cristianismo y Ciencia. Y me cabrea especialmente porque ese divorcio no sólo no existe, sino que lo habitual es lo contrario. La defensa de la Iglesia no debe consistir en destacar que determinados científicos no son éticos. Más eficaz sería recordar que la mayoría de los científicos son unos inútiles. Es decir, el mismo concepto de utilidad en cuyo nombre esos científicos se revolvieron contra la moral católica, hasta convertir esa misma expresión, moral católica, en preámbulo de una sonrisa lastimera.

La moral comenzó a ser la mala de la película el día en que los sabios desaparecieron y se convirtieron en científicos.

Los señores Alessandro Volta y André Marie Ampère, gente de misa diaria el uno, rezador diario del rosario el otro, ofrecieron al mundo el sublime bien de la energía, verdadera clave del progreso actual, mientras las investigaciones de Luis Pasteur aún preservan nuestra salud. La lista de científicos creyentes es interminable, y se caracterizan, curiosamente, por haber sido científicos tremendamente "prácticos", que mejoraron el nivel de vida de la humanidad.

Ahora, la mayoría de los modernos adalides de la ciencia, pululan alrededor de la biogenética, y lanzan denuestos contra la intromisión de la moral en su sagrado recinto. Mejor no entrar en el debate, mejor recordar, simplemente, que todas los Margaritas Salas, Bernat Soria y demás patulea de prestigiosos científicos no han logrado ni curar un resfriado, aunque, eso sí, nos prometen maravillas para el futuro.

El empeño en la utilización de embriones humanos como inenarrables motivos terapéuticos, no ha servicio ni para combatir la gripe. Es más, mientras los científicos más alabados en España, es decir, doña Margarita y don Bernat, tan jaleados ellos por las mentes más lúcidas y progresistas del país (una reiteración, sin duda) se emperran en destripar embriones humanos prometiéndonos maravillas curativas, resulta que sólo los científicos "éticos", los reaccionarios que utilizan células adultas, sin destrozar a nadie, sí han conseguido curar dolencias de corazón, realizar transplantes e implantar tejidos. Pero utilizar células adultas u órganos no resulta moderno: no se asesina a nadie.

Y el caso es que estos "trocea-embriones" tienen todo el apoyo mediático. Por ejemplo, el diario El País acaba de publicar una entrevista con Robert Lanza, vicepresidente científico de Advanced Cell Technology, esa maravillosa empresa norteamericana que tiene por objeto manipular embriones y por fin aumentar su cotización en Bolsa para mayor lucro de sus empresarios-científicos. Don Robert quiere marcar distancias con los raelianos, una secta de chiflados que dicen haber clonado, no uno, sino dos bebés humanos. Esto es muy propio del cientifismo progre: marcar distancias con todo lo que huele a sectas. Así, que el señor Lanza nos explica la cotización, perdón, la postura, de Advanced: "Toda la sociedad, tanto los científicos, como los políticos, está en contra de la clonación reproductiva humana (nadie quiere copias de Madonna o Michael Jordan (especialmente, supongo, Madonna y Michael Jordan)) pero sería trágico que una atrocidad de tipo raeliano acabara salpicando a una línea de investigación que puede curar a millones de pacientes". Por ahora, naturalmente, no ha curado a nadie, pero estamos en ello. En el entretanto, mientras llegamos "a ello", tendremos que destrozar miles de embriones humanos, de personas, que tienen una identidad genética perfectamente definible y descriptible... gracias a los avances genéticos, precisamente.

Pero, claro está, ¿dónde vas a comparar a los encorbatados o embatanados científicos de Advanced, que cotizan en Wall Street, con los lamentables raelianos? La verdad, entre los científicos progres tipo Advanced y los raelianos, me quedo con ninguno de los dos.

Dicho en otra palabras, el cientifismo progre no sólo es falso sino horriblemente presumido y cursi. Y un desastre, si lo juzgamos según su propio concepto utilitarista: en efecto, por ahora, no nos ha servido para nada.

No se pregunten si la biogenética, la estrella de la ciencia progresista actual, se comporta de forma ética. Pregúntense si nos ha servido para llevar, no ya un vida mejor, sino una existencia más cómoda: y resulta que tampoco.

Más que cientifistas, parecen cientitontos, neologismo que podríamos traducir por "cien veces tontos".

Eulogio López