Sr. Director:
Uno, que sólo conoce los tiempos de la democracia, quiere pensar que es libre porque ha tenido la inmensa suerte de nacer en un país dónde existe democracia.
Luego recapacita y se hace una pregunta: ¿Cuántos conocidos tienes que no quieren más de lo que tienen? Respuesta: Ninguno.
Quien tiene dinero, da igual cuanto, quiere más, quien tiene poder, quiere más, quien tiene influencias, quiere más... Todos queremos más de todo.
Lo malo de pensar tranquilamente, es que no sabes a dónde vas a llegar, y claro, una pregunta lleva a otra.
Los que están podridos de dinero, poder e influencia, para tener más necesitan lo de los demás, por poco que tengan estos, y ¿cómo pueden conseguirlo en democracia?
Sólo se me ocurre una manera: Haciendo que gasten más, que deleguen en ellos su poder y acallando sus voces.
¿Y eso cómo se hace? Pues por más vueltas que le doy, el medio más eficaz para lograr el éxito en estos empeños es destruyendo la familia.
Suena terrible, pero es que es terriblemente cierto.
Sin familia, vivimos solos, consumimos piso, calefacción, electricidad, agua, electrodomésticos, coche, comida, bebida,... de todo a unidad por cabeza.
Sin familia, sólo nos preocupamos de nosotros y de nuestro reducido, por lo general, círculo de amigos, así que hay menos cosas que nos pueden perjudicar, y poco a poco, nos vamos desentendiendo de las cuestiones públicas... tanto que ni vamos a votar cada cuatro años.
Sin familia, finalmente, somos vulnerables, ya que en caso de perder nuestro trabajo, caer enfermos, tener un accidente... dependemos enteramente del Estado, y toda dependencia termina convirtiendo en dócil al dependiente.
Concluyendo, si la familia es una institución vigorosa, seremos un pueblo más libre, fuerte y crítico con el poder político, económico y mediático. Por el contrario, cuanto más se debilite, más fuertes serán los fuertes y más indefensos estaremos ante ellos.
Por eso te hago la última pregunta ¿quién gana si la familia pierde?
Fernando de Pablo Gómez
fernandofefburgos@ya.com