El diario El Mundo, podía ser otro, el mismo que montó el numerito para explicarnos que la vicepresidenta primera del Gobierno no es lesbiana -aunque no le molesta nada, que conste- nos ofrece otra perla de agosto: resulta que los españoles más deseados son SAR Felipe de Borbón y su esposa, doña Letizia, entre cuyas virtudes se encuentra -esto es muy cierto- la de ser natural de la ciudad de Oviedo, privilegio del que sólo disfrutamos un puñado de elegidos marcados por la modestia.

No es ningún secreto que la progresía mediática española -medios públicos, Grupo Polanco y Pedro J. Ramírez- se ha apuntado al Felipismo, como sucesor del Juancarlismo. Es curioso que mientras el pueblo español se distanciaba del heredero -lo que nunca ha ocurrido con su padre, el actual monarca- el poder mediático, la actual plutocracia, se apuntaba al novísimo escalón dinástico. Y es que el pueblo percibe que tiene razones para estarle agradecido -más, menos- a Juan Carlos I, pero ninguna para albergar el mismo sentimiento respecto a Felipe VI. Y lo peor. Que éste se comporta como si se situara en el lugar que por justicia le corresponde, en un mundo que ya no acepta potestades de cuna. La arrogancia del heredero, un hombre al que no le gusta la gente, sólo "su" gente, siempre me ha asombrado.

Pero el poder se rindió a sus pies, o mejor, comenzó a utilizarle, desde el momento en que matrimonió con una divorciada, con una reina, diría su abuelo, Juan de Borbón, "con pasado". Desde ese momento, la progresía española consideró que su deber era apoyar con entusiasmo al heredero, como hombre moderno que era, capaz de casarse con una divorciada, entre cuyo elenco de virtudes, sin duda amplísimo, no figuran ni la inocencia ni la autenticidad.

Y el proceso continúa. Con palabras e imágenes forzadas, los periodistas de Mallorca, capital del estío hispano, han convertido a SAR doña Letizia en su heroína, explicándonos que es la más deseada, la más requerida, la más solicitada por el pueblo, confundiendo la inocencia y autenticidad de su primogénita, ese encanto de criatura llamada Leonor, con la de sus padres.

El progresismo siempre ha sido mentiroso, así que El Mundo insiste en denominarla "la plebeya", como si los opositores al estilo de los futuros reyes de España fuéramos unos clasistas que no soportáramos que el pueblo trepara a lo más alto, cuando eso es lo único que nos interesa a los que hemos nacido en barrio bajo, al pueblo: la radical igualdad de todos, consecuencia natural en Europa de la vieja idea cristiana de que todos, señores y villanos, somos pares, en cuanto hijos de un mismo Dios.

Y así, mientras los taxistas de Madrid -todos fachas, como es sabido- hablan de "la flaca" y "el palomo", lo primero por razones obvias y lo segundo porque, al parecer, los chóferes capitalinos consideran que don Felipe no es cazador, sino cazado, los medios públicos de Zapatero y los progre-privados nos cantan las excelencias de la pareja, en Palma y en Pekín, donde el Heredero se ha mostrado como el obediente intérprete de los deseos del Zapaterismo (la pareja José Luis-Sonsoles frecuenta con entusiasmo a la formada por Felipe y Letizia). Por ejemplo, China es una dictadura blanda a la que hay que ayudar: nada de críticas. Una vez más, el pueblo va por un lado, y la plutocracia progresista en el poder camina por otro, eso sí, el poder ha puesto en pie el escenario pequinés con el dinero de los primeros. Y es que a la progresía siempre le ha gustado jugar con el dinero de los demás, que en su boca recibe el nombre de dinero público. Y así, por ejemplo, RTVE corre con los gastos y loas alabanzas a la tiranía pequinesa, mientras la presencia del Príncipe da alas a la censura china y a la mordaza a nuestros propios atletas.

En resumen, los progres españoles se han convertido en los nuevos consejeros áulicos del futuro monarca. No porque la progresía sea monárquica –en España, casi siempre ha tirado a republicana- sino porque ahora piensan que pueden controlar esa monarquía hasta convertir a Felipe de Borbón en un títere de sus intereses ideológicos.

Estoy leyendo a Menéndez Pelayo, uno de esos personajes incomprendidos por no leídos. Y entonces lo he entendido todo. Me vinieron a la mente unas declaraciones -perpetradas tiempo atrás- de SAR Felipe de Borbón y Grecia, en las que manifestaba que su monarca favorito era su ancestro, Carlos III.

En La historia de España, espléndida recopilación de Ciudadela de texto del pensador cántabro puedo leer lo siguiente sobre el ilustrado monarca tatarabuelo de SAR: "De Carlos III convienen todos en decir que fue simple testaferro de los actos buenos y malos de sus consejeros. Era hombre de cortísimo entendimiento, más dado a la caza que a los negocios y, aunque terco y duro, bueno en el fondo y muy piadoso pero con devoción poco ilustrada que le hacía solicitar de Roma, con necia y pueril insistencia, la canonización de un leguito llamado el hermano Sebastián, de quien era fanático devoto, al tiempo que consentía y autorizaba todo tipo de atropellos contra cosas y personalidades eclesiásticas y de tentativas para descatolizar a su pueblo. Cuando tales beatos inocentes llegan a sentarse en un trono, tengo para mí que son más perniciosos que Juliano el Apóstata o Federico II de Prusia".

Fue el ilustrado monárquico, a quien nuestro príncipe tiene por modelo, quien se comportó como un títere en manos de los aprovechados progresistas de la época, quien expulsó con saña y crueldad a la mayor fuerza intelectual y moral de la Iglesia -los jesuitas-, un beato majadero e insensato, al que los Aranda, Roda, Tanucci, Campomanes, Grimaldi, Esquilache, Campo del Villar y compañía, manejaron a su antojo, e incluso procuraron, con gran empeño, que siguiera manteniendo su absurda confianza en que él mandaba y su beatería, la mejor industria para disfrazar de piedad lo que no son sino aldabonazos a la fe cristiana.

Hoy, los nombres antedichos han sido sustituidos por todos aquellos ángeles protectores de la nueva monarquía, desde Juan Luis Cebrián a Pedro J. Ramírez, desde la familia Botín al Zapaterismo, desde los centro-reformistas del PP a las Olimpiadas de Pekín, convertidas en la presentación pública de don Felipe como representante de España, de la España del "jamoncito" de Amaya Valdemoro, se entiende. Una España abierta al mantenimiento de la mayor tiranía del mundo, la tiranía gramciana en Occidente y la tiranía sin apellidos en Oriente.

Felipe VI puede ser, en efecto, otro Carlos III. El cerco de adulación al que le tiene sometida la progresía mediática española y el zapaterismo le harán ser lo que ellos quieran que sea. Y encima, lo será con entusiasmo, porque se trata de una metamorfosis deseada. No podrá hablarse de influencia, sino de identificación.

Eulogio López