Un cardenal de la Iglesia anima a los banqueros a pedir perdón. Reconozco que la noticia me produce una hemorragia de placer difícilmente descriptible, un punto mórbida, incluso.

El prelado habla de la complejidad del actual proceso de globalización lo que no es óbice, al parecer para que el banquero incurra en los viejos pecados de la codicia y el abuso del débil, sólo que, claro está con nuevo ropajes. Vamos que ahora ya no se llama robar sino, por decir, algo, lanzamiento al mercado de productos estructurados de alta gama con el objetivo de dejarle al particular sus ahorros para la vejez... por ejemplo, al tiempo que vaciar la caja bancaria para no prestar dinero a quien crea puestos de trabajo.

Recientemente, pude ver a un famosísimo banquero español en la catedral de La Almudena, rezando ante la imagen de Nuestra Señora: una imagen impactante hasta para este viejo cínico. Quiero creer que no solicitaba el auxilio de la alturas para cubrir las provisiones que marca la normativa del Banco de España, pero al menos, allí estaba, en la postura que nunca mantiene en su despacho -salvo cuando utiliza el gimnasio, imagino-: de rodillas. Ya lo dijo Bernanos: el hombre siempre vive arrodillado: ante Dios, ante el sexo, ante el dinero o ante el poder, pero siempre genuflexo.

Pues bien, sin ánimo de dar ideas a nuestros purpurados, quizás pueda concretar uno de esos nuevos pecados -de nuevos nada, como todos los pecados, pero dejemos eso-. Se llama especulación, que es la razón última, y primera, del actual desaguisado económico que padecemos. Siempre ha habido especuladores, pero los de los libros de historia económica producen risa si los comparamos con los actuales. El pecado, entiéndase, es el mismo: aprovechar una posición de liquidez -generalmente liquidez propiedad del prójimo- para imponer unas condiciones leoninas a los que quieren utilizar el dinero, propio y ajeno, para el bien común.

El envés de la misma moneda especulativa (La acepción del diccionario de la RAE que más me gusta es la siguiente: Efectuar operaciones comerciales o financieras, con la esperanza de obtener beneficios basados en las variaciones de los precios o de los cambios) consiste en aprovechar esa preeminencia con espíritu de chantaje. En otras palabras, el pecado de los mercados financieros (y ésa comenzó siendo una crisis financiera que al final ha abarcado a toda la economía- consiste en haberse convertido en el rentabilizador del ahorro mundial. Dicho de otra forma: cómo vivir ahora sin tener el dinero en el banco y sin que esto lleve a que el banquero pueda decir lo de siempre: Recuerde querido amigo, que si se hunde el tinglado no será mi patrimonio el que salga malparado, sino su fondo de pensiones.  

Pero hay más pecado bancario. Acudamos al Manual del Buen Marxista, siempre tan útil para todo cristiano de bien. ¿La especulación es pecado social, estructural? Por supuesto. Tiene un buen ejemplo en lo ocurrido durante las 48 horas últimas con Endesa, ahora propiedad de ENEL. Lo tienen todo en Hispanidad: cuando ENEL anuncia -mintiendo- que va a invertir mucho en Endesa, es decir, que va a crear muchos puestos de trabajo, la cotización se hunde. Al especulador no le gusta el bien común sino el bien particular: el suyo. Eso ocurría el miércoles. 24 horas después. El jueves, ante el regulador bursátil, la inversión se reducía desde los 21.000 hasta los 13.500 millones de euros... y la cotización se disparaba al alza. Natural: si Endesa crea puestos de trabajo invertirá mucho y tendrá que minorar su dividendo, al menos a corto. Y a cortísimo, esa noticia se convierte en un raudo descenso de cotización para el buscador de plusvalías, que vende atropelladamente. 

Pecados de banquero. O mejor, de intermediario financiero. Creo que son graves.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com