Son bastantes los estados de Hispanoamérica en los que la educación sexual es obligatoria en el plan educativo de las chiquillas y de los adolescentes.

El alegato que dan los iniciadores de estos programas, que con esta educación sexual se reducirá el progresivo número de embarazos de chavalas, las defunciones atañidas al aborto y las dolencias de transmisión carnal. Con la misma tesis impulsan el empleo de contraceptivos, sobre todo entre la juventud de estratos socioeconómicos indigentes.

Cuando hace un cuarto de siglo comenzaron los primeros programas de educación sexual en Inglaterra, escribe Claudia Salas, la preocupación de quienes los promovieron era la misma de sus actuales impulsores en Chile: disminuir el alto índice de embarazos en adolescentes y evitar el aumento de las enfermedades de transmisión sexual. Los resultados actuales en Inglaterra son desalentadores: 90.000 menores de 19 años quedan embarazadas cada año.

Tampoco se ha conseguido prosperar en la lucha frente a la pandemia del sida: La editorial de la acreditada publicación especializada The Lancet mantiene que Gran Bretaña no tiene una estrategia creíble para el diagnóstico y el cuidado de las personas que viven con HIV/sida, pero no son conscientes de ello, y piensa que esto es una dificultad, que precisa una urgente atención. El mismo editorial da el número de 77.000 mortales contagiados, conscientes de su infección, más una cifra de unos 21.000 personas que son transportadoras del mortal virus HIV. Añade, también, que el total de contagios, tanto heterosexuales como homosexuales, han ido aumentando. Resulta chocante que esté ocurriendo en uno de los estados que más se obsesiona por la distribución y el empleo del condón.

¿Por qué no es efectiva la instrucción carnal en los colegios y la entrega de contraceptivos para combatir el crimen del aborto y la lacra social del sida? Simplemente, porque ese tipo de explicación trata la sexualidad humana desde un punto de vista biológico, independizada del amor, y con una orientación hedonista y concupiscente.

Clemente Ferrer

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