En 1975, allá por los tiempos de la transición —vamos camino de las cuatro décadas desde entonces, así que ya ha llovido— casi tanto tiempo como el que el dictador estuvo en el poder, nos dijeron que íbamos a pasar de la democracia orgánica —que es como pervirtiendo el lenguaje se denominaba la dictadura franquista— a la democracia moderna, real y efectiva.
¡Falso! Nos engañaron a todos… y al primero a mí. Pasamos de la democracia orgánica, a la partitocracia organizada.
Nos dijeron que la Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles. Lo que no nos dijeron es que una parte de los españoles que redactaron y votaron esa misma Constitución, se la iban a pasar por el forro haciendo divisible lo que se declaraba indivisible. Nos engañaron a todos… y al primero a mí.
Nos dijeron que los españoles somos Iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social. ¿A que después de leer esto les entra la risa tonta tras las noticias que nos llegan a diario Nos engañaron a todos… y al primero a mí.
Nos dijeron que el castellano es la lengua española oficial del Estado y que todos los españoles tienen el deber de conocerla y el derecho a usarla. ¡Falso! Nos engañaron a todos… y al primero a mí. Que le pregunten lo que ocurre al castellano hablante de Cataluña, Baleares o Valencia, mientras quienes rigen el Estado, desde hace años y por interés partidista, miran hacia otro lado sin hacer cumplir la Ley.
Nos dijeron que todos —y cuando dijeron todos, no se hizo ninguna excepción— todos tienen derecho a la vida y a la integridad física y moral. ¡Falso! Nos engañaron a todos… y al primero a mí. Ahí tienen ustedes la Ley del aborto, vulnerando los derechos más sagrados del ser humano, como es el derecho a vivir.
Nos reconocieron y garantizaron el derecho a la autonomía porque la autonomía —nos dijeron— acercaría la administración al ciudadano. ¡Falso! Nos engañaron a todos… y al primero a mí. La autonomía ha agigantado el Estado en términos que resulta insostenible e insoportable de mantener, tanto desde el punto de vista operativo como económico. Hemos engendrado un cáncer cuyas metástasis han invadido todo el organismo al que a base de controlar, mediatizar, regular, penalizar, esquilmar, termina por dirigir nuestras vidas de forma tan asfixiante, que hasta nos ha llegado a decir cómo hemos que hablar o lo que debemos o no comer o beber.
Quizá en el único aspecto en el que no nos engañaron fue en el artículo siete de la Constitución que dice que: "Los sindicatos de trabajadores y las asociaciones empresariales, contribuyen a la defensa y promoción de los intereses económicos y sociales que les son propios". Y mire usted por dónde, eso sí que lo han cumplido a rajatabla. Vaya si los sindicatos, en estos 33 años, han contribuido a la defensa de los intereses que les son propios. Y tan propios. Está, está bien redactado ese artículo de la Constitución. Lo que yo me pregunto es ¿En dónde quedan los intereses de los trabajadores ¿Dónde están las condiciones idóneas para que haya cada día mayor facilidad para encontrar un puesto de trabajo tema en el que tanto tienen que decir los sindicatos.
El aparato territorial del Estado, es una Hidra, no de siete, sino de diecisiete cabezas, que como celoso guardián del Olimpo de los políticos, no solo frena, sino que impide todo progreso y nos hunde en las aguas cenagosas del inframundo del paro, la miseria, la desesperanza, el abandono y por último, el olvido. Es un Saturno que está devorando a sus propios hijos. Un Polifemo que nos tiene prisioneros y, de momento, no parece que haya entre nosotros ningún Ulises que le clave una lanza en su gran ojo de Orwell que todo lo ve y todo lo controla.
No se dan cuenta o no quieren ver, que cuanto más Estado, menos libertad para el ciudadano y que, este, en vez de ser un paraguas, un refugio que nos proteja, se ha convertido en un inmenso cementerio al que el pueblo va a enterrar día a día, sus ilusiones, sus proyectos y sus aspiraciones, hipotecando en él su futuro.
César Valdeolmillos Alonso