Lo primero que hice tras tomar las doce uvas, el pasado 1 de enero, fue fumarme un puro. Llevo cuatro años sin fumar como intención por una promesa religiosa -créanme, el único modo digno y el único motivo eficaz para abandonar tan maravilloso hábito- pero creo que la entrada en vigor de la puritana ley antitabaco del ministra Elena Salgado, merecía esa rebelión. Por lo demás, animo desde estas páginas a violar la nueva norma, un verdadero atentado contra la libertad individual, que el pueblo español está aceptando con sumisa docilidad y acatamiento borreguil.
Si uno hace caso de las declaraciones que se oyen en televisión por cierto, qué empeño de las televisiones en alabar la ley antivicio del Gobierno Zapatero- se diría que doña Elena ha venido a salvarnos de nuestro propio mal. Es como un mesías que sabe lo que realmente nos conviene. Y si somos buenos, ella nos curará, si somos malos, nos impondrá unas multas que temblará el Misterio.
España parece haberse convertido en un país ovino, tan maleable como una gelatina. Por de pronto, exhibiendo cifras. Toda manipulación conlleva una cifra mágica, que nadie sabe de dónde ha salido pero que todos repiten sin cesar: 50.000 personas mueren al año por fumar. ¿Cómo se consigue llegar a esa cifra que tanto recuerda a la de los 300.000 abortos que supuestamente se realizaban en España antes de la instauración de la ley del aborto?
En efecto, la reacción ante una ley como esta demuestra que somos un país de borregos, done la mayoría suspira por un líder que les arrebate la libertad, siempre tan difícil de ejercer, todos huyendo de la aventura para refugiarse en la planificación, todos huyendo de la epopeya para vivir en el establo, en el pesebre, al resguardo de los vientos. Todos histéricos, no para vivir mejor, sino para sobrevivir más tiempo.
Y la excusa más eficaz para un dictador del siglo XXI, donde todo el mundo tiene un miedo cerval a la muerte, es la salud. Con la salud, justifica la homicida ministra de sanidad, la precitada Elena Salgado, el destripamiento de embriones. Es todo mentira claro está, y nadie se ha curado con terapias génicas asesinas (sí con terapias genéticas no homicidas, decir, con células adultas- pero es igual. De lo que se trata es de suprimir la libertad con cualquier argumento : una vez suprimida, las cifras y los argumentos pueden olvidarse.
El tabaco es malo para la salud, como lo son la polución, el estilo de vida que llevamos, el horario laboral, los viajes en coche o la promiscuidad sexual, sin que nadie las prohíba. Y ahora viene la ley seca. Pero si mencionas la salud, el personal está dispuesto a admitir cualquier recorte de su derechos y libertades al estilo puritano : es decir, no por fuerza, sino por grado. Porque la señora ministra de Zapatero no sólo ha prohibido fumar en los centros de trabajo, sino que multará a fumadores, jefes de fumadores, comerciantes, hosteleros, etc., que no cumplan su estúpida norma. Al tiempo, fomenta la delación y la histeria colectiva por la salud. Puritanismo puro.
Es decir, la señora Salgado, con esa cara triste de vegetariana, no aconseja que no se fume dejando la libertad personal y la posibilidad de hacerlo : obliga a que no se fume y enfrenta al sociedad en dos bandos irreconciliables.
Es lo mismo que ocurre con el reparto de tareas en el hogar. Yo no ayudo en casa a mi esposa porque me presionen publicitariamente ideológicamente desde la Comunidad de Madrid, ni porque lo diga la ley: yo ayudo a mi esposa en las tareas domésticas y, sobre todo, en el cuidado de los hijos porque es el ser humano al que más quiero y, por tanto no voy a permitir que ande agobiada mientras yo me repantigo en el sofá. Pero si me obligaran por ley, lo más probable es que no lo hiciera. El Estado es nuestro gran enemigo, pero si de familia hablamos, nuestro enemigo es la calle: desde el momento en que se traspasa el umbral de la casa, uno está rodeado de adversarios. Sólo en la familia, a pesar de los pesares, uno es visto como lo que es: un amigo, no un competidor. De hecho, la amistad no es otra cosa que la intención de prolongar la relación familiar a aquellos con los que no nos unen lazos de sangre. Pues lo mismo con el tabaco.
Conseguido con pasmosa facilidad borreguil su objetivo, ahora va a por el alcohol. En los años 20, en Estado Unidos, todos sabemos lo que provocó la famosa ley seca. La ministra Salgado lo hace por nuestro bien, por nuestras salud, no hay que olvidarlo, con lo que cumple uno de los principios del puritanismo, de la actual dictadura sanitaria: lo hacemos por tu bien, lo que pasa es que tú desconoces lo que está bien. El genial Clive Lewis, el autor de las crónica de Narnia, ya predijo esta situación a mediados del pasado siglo, cuando hablaba de la sustitución de curas y moralistas por médicos y psicólogos. Al final, a todo discrepante del rebaño, toda oveja negra, su tutor publico le dirá: Pero querido amigo, si nosotros no queremos condenarle, lo que queremos es curarle. Lo hacemos por su bien. Personalmente, me quedo con los inquisidores. Con aquellos, al menos, apurábamos a fondo la vida, y la filosofía de la mayoría no consistía en entregarle al enterrador unos pulmones en perfecto estado de revista.
Así que ya lo saben: tras el tabaco nos espera la ley seca del alcohol, causante de, pongamos, 100.000 muertes al año. Después, supongo, vendrá la reducción del consumo de carne para evitar la obesidad, responsable, al menos, de 500.000 muertos al año. Luego se prohibirá tener hijos, porque no hay riesgo más grave para la salud que el embarazo y el parto. Y al final, quizás todos nos parezcamos a doña Elena Salgado : los que hayan conseguido nacer, cosa nada fácil, vivirán muchos años. Su vida será un asco, pero durarán más. Es decir, será un asco mucho más prolongado.
Pero a todo esto, si el tabaco es tan malo como nos predica mosen Zapatero y su señora ministra, ¿Por qué fuma la gente? Desechemos de entrada el motivo de un masoquismo generalizado. El pueblo suele tirar a hedonista; sólo los intelectuales y los poderosos son masocas. No, la única respuesta posible es esta: la gente fuma porque le encanta fumar. Independientemente de la adicción, que no lleva a fumar, sino a fumar hasta los cigarrillos que no se disfrutan (que no es lo miso), lo cierto es que la gente echa humo por la boca porque le encanta hacerlo. Fumar relaja, ayuda a reflexionar, por no hablar de ese olor que, para servidor representa el mejor de los aromas posibles. Cuando el introductor del tabaco en Occidente, un tal Cristóbal Colón, llegó a América observó que los indios mantenían en la boca unos enormes tizones encendidos. Preguntaron los descubridores el porqué de tan curiosa práctica, y la respuesta fue sencilla: aquellas hojas enrolladas y sometidas a combustión lenta les relajaban tras las duras jornadas de caza. Pero el puritanismo progresista de Zapatero no puede comprender los pequeños placeres de la vida, de la misma forma que no puede comprender el placer de vivir. Un placer que siempre comporta riesgos.
Lo que nunca entiende el puritano es que la gente no hace el mal porque sí, sino porque le reporta un bien inmediato. El ejemplo del ladrón es definitivo. Por eso, el puritano nunca aconseja, sino que impone. Y lo hace con su cursilería habitual: con el Boletín Oficial del Estado y con penas de multa o cárcel. El moralista puritano nunca aconseja ni exhorta: amenaza y castigaaunque lo hace por nuestra salud.
Por tanto, todos a fumar. En la redacción de Hispanidad, por ejemplo, se ha abierto un especio con libertad para contrarrestar el bobalicón espacio sin humo: que fume todo aquel que le venga en gana. De esta forma conseguimos tres placeres: posibilitar el compañerismo si a alguien le molesta el humo, arriesgarnos a una delación de algún chivato cuneiforme (de mente cuneiforme, digo) y, en tercer lugar, violar una norma estúpida.
Posdata: no se nos ha ocurrido este año, pero el próximo, el obsequio de Navidad de Hispanidad.com serán unos bueno puros habanos, o cajetillas de Ducados Internacional, el favorito del abajo-firmante.
Eulogio López