"Hay días en que quisiera no tener nada, ni casa siquiera y mendigar por amor de Dios. Pero temo se descontenten los que no sienten esos anhelos y que la misma pobreza las distraiga. Conozco conventos pobres y poco recogidos".
Son palabras de Santa Teresa de Jesús, la mujer que renovara el Carmelo, entre otras cosas devolviendo la pobreza evangélica como una de las claves de la renovación de la orden.
Los monasterios de Teresa de Jesús -los descalzos- nacieron sin blanca, ciertamente, pero no vivieron de limosnas, tampoco de rentas. Vivieron del trabajo de sus manos. Al parecer les daba tiempo para rezar y para trabajar. Sus religiosas gastaban poco pero sólo gastaban lo que habían ganado.
Y más: "conozco conventos pobres y poco recogidos".
Intentemos traducir todo esto al siglo XXI: no existe el derecho a que los demás me saquen de pobre. Existe el deber de caridad de ayudar al pobre a salir de la pobreza, que es distinto. Pero exigiéndole que, en la medida de sus posibilidades, trabaje para ganarse el sustento. Sólo cuando está impedido para ganarse su propio sustento hay que mantenerle.
Pero la pobreza no es ningún mérito. Es sólo una desgracia. Y la riqueza no es un delito: todo depende de cómo se utilice y de cómo se viva.
Eulogio López
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