En la diócesis de Madrid es el año de la familia. Y el pasado domingo se celebraba uno de los tres elementos de la familia: la entrega entre los esposos, la paternidad y la maternidad. El 1 de enero los cristianos celebran la maternidad de María, que no por ser maternidad divina, deja de ser humana.

Quizás la mayor estafa del siglo XX haya consistido en la integración de la mujer en el mundo laboral, al grito ya enunciado por Chesterton: 200.000 mujeres gritan. No queremos que nadie nos dicte, y acto seguido van y se hacen dactilógrafas. Chesterton en un comentario que les traería un puñado de miles de insultos durante décadas, quería explicar que había que pensárselo dos veces antes de dejar de ser reina del hogar para pasar a convertirse en esclava de un jefe externo. O como decía un famoso periodista español: ¿a estas quién les habrá engañado?

Otra aún más famosa sindicalista española, cuyo nombre voy a callar, no por pudor sino porque a ella no le gustaría (su imagen de líder progresista, y lo que es más importante, de mujer que ha llegado a lo más alto en el proceloso universo de la política quedaría en entredicho) hablaba en cierta ocasión con una periodista del diario El País. Al parecer, la dirigente sindical no lograba convencer a la plumífera de su argumento, pues ésta insistía, terca, en una de esas argumentaciones majaderas con las que se han tejido tantos inolvidables editoriales del diario de Polanco. Al final, la conversación, más bien el pulso, terminó en tablas y cuando la líder sindical regresaba a sus cuarteles, me espetó:

-Las mujeres necesitan casarse y tener hijos para que se les pase la mala leche que tienen.

Lo dijo así, en tercera persona, con el mismo gracejo que el viejo Emilio Botín afirmaba, rotundo : Los banqueros se han equivocado.

Porque en estos momentos no me interesa el habitual concurso sobre la inteligencia de hombres y mujeres. La inteligencia de ambos no es comparable porque, afortunadamente, y al igual que ocurre con la fisiología, no puede ser más distintos.

Tampoco me interesa juzgar la incorporación de la mujer al mundo laboral, pero sí una de las consecuencias de esta incorporación: la convicción generalizada de que la madre que se queda en el hogar es poco menos que idiota por haber elegido el papel de reina interior frente al de esclava exterior. Y lo más sangrante es que el tópico no habla de mujeres tontas sino también de mujeres débiles.

Y esto sí que no. Las fuertes no son las ejecutivas, clónicas del varón que comenten aproximadamente las mismas estupideces que el yupi varón y resultan tan ridículas como sus compañeros de mercado. Las fuertes son las madres. Para ser madre hay que tener mucho valor. La maternidad es feminidad en estado puro, reciedumbre y fortaleza, mitad por mitad.

Se necesitan más redaños para ser esposa y madre que para ser presidenta del Gobierno. Para los cargos políticos o empresariales, vale cualquier pardilla.

Es como la dulzura. Para ser dulce hay que ser muy fuerte, para la grosería sirve cualquier cantamañanas.

Además, no es que el mundo moderno hay supuesto la incorporación de la mujer al mundo del trabajo, la que ha servido para esa absurda diferencia entre mujeres listas que trabajan y mujeres tontas que se dedican al hogar. Y eso es lo absurdo y, sobre todo, lo mentiroso. Porque resulta que la mujer ha trabajado siempre, especialmente en una sociedad rural, en la que colaboraba con el hombre en las labores de la tierra, el ganado, o el cuidado de la finca mientras el marido embarcaba. No, lo que el feminismo ha hecho no es incorporar a la mujer del trabajo sino alejarla de la familia, que es cosa bien distinta. Con ello, ha disminuido la natalidad, se ha insultado y menospreciado la maternidad, ha copiado la mujer toda la estupidez masculina y su competitividad mundana. Y, de paso, se ha hecho más débil, porque lo difícil, lo realmente heroico, es la maternidad.

Eulogio López