La libertad de expresión es algo que sólo disfrutan unos pocos en este país. Hay ideas que se pueden decir y hay otras que está prohibido pronunciar y, desde luego decir, aunque te pregunten.
Un ejemplo claro es la polémica que han suscitado las opiniones del Obispo de Tarragona. Lo curioso es que critican las respuestas a unas preguntas que le plantean. Humildemente contesta con la verdad, sabiendo que la prensa busca el escarnio y la polémica. Y no ha dicho nada nuevo. Simplemente ha recordado la doctrina de la Iglesia en cuanto a la práctica de la homosexualidad. Y es que por más preguntar en esta cuestión no hay cambios. Y al que no le vaya pues que no pregunte.
En cuanto a su visión de la mujer, a mí no me ofenden sus afirmaciones, muy al contrario le agradezco que exponga lo que mi experiencia vital confirma. Soy mujer, madre, esposa y profesional.
He trabajado como un hombre desde que acabé la carrera compaginando con mi trabajo mi maternidad múltiple. Y desde luego coincido con las afirmaciones del Obispo de Tarragona respecto a que la mujer se debe al cuidado de la casa, marido e hijos. Lo relevante en mi vida no es ni mi carrera profesional, ni los logros, ni las empresas para las que he trabajado. Mi trabajo (y me dedico a algo muy vocacional con mucha pasión) es trabajo; mis hijos y mi esposo son personas que tengo la suerte de acompañar en su trayectoria vital.
Exijo de la sociedad que me permita ser madre y cuidar de mi familia habilitando cuantas medidas legales sean precisas para una auténtica conciliación trabajo-familia. Sin mujeres satisfechas en el ejercicio de sus derechos maternales y conyugales no habrá hombres ni mujeres felices, ni familias cohesionadas.
Y sobre todo, exijo de las mal llamadas feministas que no se erijan en defensoras de alguien que no las reclama.
Sólo sirve el que es capaz de amar y sólo puede amar el que es capaz de servir. Yo tengo la experiencia de una reciprocidad mutua de servicio. Y eso no me rebaja delante de nadie. Hay que ser muy señor para entregar la vida en pequeños detalles.
Mercé Varela López