Sr. Director:

 

"Toma, cómprale algo a tu mujer y a los chamacos, y guarda algo para ti". La frase acompaña un buen fajo de billetes, lo más probable de veinte y cincuenta dólares, que un amable representante de cárteles de droga entrega a un policía. Cuando éste gana un salario mínimo profesional y escasas prestaciones para él y su eventual viuda ¿puede rechazar la dádiva así como así?

 

La corrupción de elementos de policía o de las fuerzas armadas por la delincuencia organizada, a todos los niveles, es motivo de gran preocupación, pero de muy poca acción propositiva. Las autoridades buscan formas de detectar la corrupción de los cuerpos de seguridad pública, de enriquecimiento (supuestamente) inexplicable, así como de infundir entre éstos la lealtad al deber, a la patria, a la sociedad, etc. Pero prácticamente a cambio de nada. ¿Para qué le sirve a un agente muerto un sepelio de honor, con asistencia de su familia casi o totalmente desamparada?

 

La delincuencia organizada, en especial del narcotráfico, tiene ríos de dinero, que sin problema ni "dolor de bolsillo" desvían en parte para ganar la buena voluntad de los agentes de seguridad pública, para que faciliten o protejan su "trabajo", o se hagan de la vista gorda: "yo no vi nada". Este es un fenómeno a nivel planetario, no local. ¿Puede evitarse? no, pero puede reducirse. En estos casos, el fuego se combate con el fuego, aunque en sea en forma desproporcionada.

 

La respuesta la sabemos todos, los cuerpos de seguridad deben estar bien pagados, lo mejor que las asignaciones presupuestales lo permitan. Pero en la práctica esto no sucede, y es así por muy diversas razones. Más que nada, pueden ser criterios que enfrentan presiones sindicales de las burocracias. Un burócrata de oficina, o un maestro preguntarán el por qué el policía de la esquina va a ganar más que ellos, "si no hace nada, mas que pasear por la calle".

 

Sin embargo, es importante insistir en la necesidad social de pagar lo mejor posible a los elementos de seguridad pública y militar, darles las mejores seguridades legales de que en caso de faltar ellos, sus familias estarán protegidas, en cuanto a dinero para mantener una vida decorosa, educar a los hijos y darles oportunidades ocupacionales en la vida.

 

Está claro también, que no hay forma de que el Estado compita en pagar la lealtad a las instituciones de parte de los agentes de seguridad, frente a la oferta pecuniaria de la delincuencia. Visto así, no habría dinero que alcanzara. Pero las buenas remuneraciones y adecuadas prestaciones laborales, hacen que un policía o un militar piensen dos veces si vale la pena arriesgar la vida familiar por dinero sucio.

 

Aunque parezca un criterio materialista, pero la lealtad a las instituciones cuesta dinero al Estado y a la sociedad. No bastan ni el "reconocimiento al deber cumplido" ni las ofertas de cuidar a los deudos de quien cae en servicio.

 

Se dice que ni el amor ni el dinero pueden esconderse, y cuando un policía sube de pronto –inexplicablemente– su nivel de vida, llama la atención. Es muy difícil que quien de pronto tiene fajos de dólares en la mano los guarde para su jubilación. Así, el riesgo de ser descubierto, sea por gastar mucho dinero –nuevo auto, nueva casa, etc.–, o porque bajo su responsabilidad pasan o dejan de pasar cosas relacionadas con delitos, es asunto que el policía pensará si se siente a gusto con su trabajo y su remuneración.

 

¿Vale la pena arriesgarse a pasar años en la cárcel y ser la desgracia de la familia por dinero mal habido, cuando la vida familiar, si no de riqueza sí lo es de confort de clase media y seguridad laboral? La mayoría de los miembros de cuerpos de seguridad se plantarán la pregunta, y muchos contestarían que no, no vale la pena el riesgo. Otros, sin duda, ni siquiera lo pensarán, tomarán el dinero y harán lo que se les pida hacer o dejar de hacer. La naturaleza humana tiene estas fuerzas y debilidades.

 

Pero el saldo, sin duda, será positivo, y de ello abundan ejemplos en el mundo, en donde la mayoría de los policías y militares no se dejará sobornar y continuará su vida tranquila, sin cargos de conciencia y pudiendo dar la cara a sus hijos, a sus compañeros y a la sociedad a la que protegen. Adicionalmente, siempre queda el placer, el gusto, por el deber cumplido.

 

Salvador I. Reding V.

 

siredingv@yahoo.com