Existe una curiosa obsesión por referirse a Benedicto XVI como un racionalista, quizás porque no entienden que no sólo no existe contradicción alguna entre fe y razón sino que la una no puede vivir sin la otra. Este tópico erróneo se deja ver en la visión general, también entre muchos cristianos de que Juan Pablo II era el teólogo místico mientras Benedicto XVI es el filósofo frío. Es justamente al revés: Juan Pablo II era un filósofo, Benedicto XVI es un teólogo, y los dos son místicos que de fríos sólo tienen su origen, polaco y germánico.
Y todo esto quiere decir que el silencio de Dios no es sino culpa del hombre. Cristo siempre responde. La penúltima alocución de Benedicto XVI, con esa capacidad de síntesis que tiene este Papa alemán, que de buena gana convertiría yo en periodista por su enorme capacidad para hacer fácil lo difícil, es decir, para hacer titulares inteligibles, da más de sí: "Y nosotros, que lo hemos podido conocer desde la juventud, podemos pedir perdón, porque no somos capaces de llevar la luz de su rostro a los hombres, muy pobremente dejamos traslucir que 'Él es, Él está presente y que Él es la realidad grande y plena que todos esperamos'.
Juan Pablo II repetía que en la época actual no es más perversa que otras anteriores. El mensaje iba dirigido a los agonías para los que todo tiempo pasado fue mejor. No, lo que, según Wojtyla, distinguía a la modernidad de otras épocas y no sólo en el trato con Dios, sino también en la cultura, era la incapacidad de los formados para trasmitir sus conocimientos -y su fe- a las siguientes generaciones o, sencillamente, a sus coetáneos no formados. Vamos, que somos muy malos pedagogos. Cualquier padre, cualquier docente, sabe de lo que hablabn los dos últimos papas y no precisa de mayores explicaciones. A lo peor tiene algo que ver con la cobardía de los cristianos para mostrarse como son.
Eulogio López
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