Sr. Director:
Hace 69 años Manuel Azaña pensó en una política radical para España. Su deseo era reconducir y continuar con la política liberal postabsolutista del siglo XIX, que tanto perjudico al país, y lo que le hizo perder a España el tren de la Revolución Industrial. Enfrentados los más duros y reaccionarios conservadores con los más intransigentes liberales, España quedo cansada y frustrada después de cuatro guerras civiles en ese siglo, las llamadas guerras carlistas. Perdimos un primer tren, que sólo el esfuerzo de los ciudadanos de a pie, la incipiente clase media y la burguesía moderada consiguieron tomar al final del siglo XIX, lo que llevo al país a un periodo dorado, perturbado sólo por la perdida de las colonias en 1.898.
Tras la bonanza que la neutralidad reportó a España durante la Primera Guerra Mundial el sistema entro en decadencia, y la falta de altura moral de la clase política y la monarquía, se tradujo en una esperanza republicana, que de nuevo la ambición del dogma de los extremistas arrastró al pozo. Azaña llevó al extremo el famoso dicho de mantenella y no enmendalla, al radicalizar su política frentista, tras su victoria pírrica en las elecciones de febrero del 36. Con lo que provocó una hecatombe que hizo perder muchos años de avance a España, cuando desde el propio Estado el 13 Julio de 1.936, se llevó a efecto la anulación oficial de la oposición al regimén, con el asesinato de Calvo Sotelo y el consiguiente golpe de Estado. Azaña hizo saltar la espita de una bomba de relojería, que ya era imposible solapar, y de nuevo era demasiado tarde. Perdimos un segundo tren que ha costado muchos años volver a tomar.
Desde el último vagón hemos ido avanzando y podemos decir que hoy en día viajamos en preferente y nos codeamos con los de primera. Aunque las circunstancias actuales son bien distintas a las de nuestro pasado, es curioso ver como los ciclos en la Historia se repiten, y como algunos actores se empecinan, al trazar cual es la vía por donde guiar a los españole. Tras la panacea de querer construir para ellos una sociedad tolerante, avanzada y moderna, se esconde la contradicción de la exclusión, hedonista y tribal. Los tiempos y las circunstancias han hecho evolucionar a los españoles, y ahora no es el paternalismo de las ideas lo que debe modificar y estructurar el futuro del Estado.
Los españoles de hoy no son los mismos de hace 70 años, existe realmente una Tercera España, que diría Madariaga, y la sociedad actual no está por la labor de llevar al extremo los conceptos e ideas, de los que algunos incoherentes consideran para su propio bien que es lo mejor para el país. Si bien nadie puede ya quitar y poner Gobiernos en España, siguen primando los intereses de unos pocos por encima de los de la mayoría. Pero ni PRISA, ni el PSOE, ni la Iglesia, ni el PP pueden decidir sin tener la previa autorización de la ciudadanía. El sentido común del español hace que cada vez más, reflexione en las consecuencias de su voto. Aún es pronto para decir que estamos plenamente preparados, pero sin lugar a dudas existe la capacidad de castigo del electorado y eso lo saben todos los actores. Ya lo hemos visto. Cuando en los problemas tan fundamentales para el país, como son en la actualidad: La educación, el terrorismo, la inmigración y el crecimiento económico, no hay una respuesta clara y contundente, sino acciones envueltas en pergaminos de progreso falaz encaminadas a reproducir conflictos, los electores rechazan a sus postulantes.
La Tercera España surge y decide, aunque los medios de los poderosos procuren ejercer su influencia en la ciudadanía. Es evidente que, con matices, la clase política en Occidente actúa con igual patrón para procurarse el favor popular, y ponerse después a disposición de los poderes seculares. Hoy por hoy la libre información perturba ese viejo concepto, y aparece un factor que quiebra la forma subjetiva con la que los partidos políticos procuran atraer a los electores, es la libertad individual de los que han despertado, han tenido ocasión de preparase, de los más inquietos y de los educados, de la competitiva generación del baby boom. Todos conocen ya quien es quien en el rebaño, y las medias verdades de uno y otro lado pasan factura a aquellos que las emplean para perpetuarse, incluidos los poderosos como Polanco, los visionarios como Rodriguez Zapatero, o los eclécticos como Rajoy. España se está encontrando a si misma y con ella a sus enemigos. El tiempo está en contra de todos aquellos que juegan con la estabilidad del país, pues la ciudadanía al final decide. Los españoles comienzan a conocer las armas de que disponen y que son ellos los que al final deciden en que vagón del tren viajar. El actual boicot de facto que se está efectuando a los productos catalanes, como rechazo a la radicalización de los políticos en Cataluña, con su propuesta rupturista, es una muestra del rechazo de la Opinión Pública general al Estatuto, que es evidente sólo sirve para generar diferencias y no procura mayores cotas de libertad. Las encuestas de opinión en los próximos días van a resultar letales, para quien quiere hacer comulgar con ruedas de molino a la ciudadanía, y ni el detergente más fuerte, ni la campaña más cara o el equipo de comunicación más preparado va a poder hacer entrar al camello por el ojo de la aguja.
Los poderosos como Polanco ya no gozan ya tanto de los favores populares, la concentración de los medios van poco a poco perdiendo fuelle en la sociedad española, y todos buscamos en los medios virtuales de la red una revisión práctica, moderna y crítica. Tampoco los de palacio gozan de los favores populares como antaño, para quien la actual legislatura se está comenzando a hacer realmente incomoda. Mucho dinero van a tener que gastarse los poderosos para reconducir la situación, mientras que la imagen que da España al exterior es la de una doncella desnuda en busca de una quimera. En un mundo donde el hombre sigue siendo el destructor del hombre, donde sigue valiendo el conmigo o si mi, somos carroña para los lobos. La comodidad que el relativismo de las ideas, y el consumo de bienes ha procurado al mundo industrializado le conduce a su propia decadencia. Si realmente queda un poso, de lo que Ortega define, reserva espiritual de Occidente es que el español busque en sus raíces y se abstraiga de la falta de valores y de la decadencia de los principios de la sociedad Occidental que abre grietas a las civilizaciones menos poderosas y desarrolladas. ¿Para qué vale entonces negociar si puedo unirme a mi enemigo y acabar con él? ...Y mientras ¿Va España a perder otra vez el tren?
Gonzalo López Baigorri
glbaigorri@bluewin.ch