No se lo pierdan, que esto es muy bueno. Diálogo con la superestrella de la COPE, César Vidal, en Libertad Digital (que, aunque lo parezca, no es la propietaria de la COPE, sino sólo el producto ajeno más promocionado en la cadena de la Conferencia Episcopal) entre las 17:00 y las 18:00 del martes 19 de junio.

P.- ¿Cree de verdad que "lo que perdonéis será perdonado y lo que retengáis será retenido" no significa que los que recogieron el Testigo de Cristo tenían verdadero poder para perdonar los pecados?

R.- La frase es un giro judío propio de la literatura rabínica. A mi juicio, indica que los discípulos tienen el poder –y la obligación- de anunciar el Evangelio de Jesús como vía de salvación. Interpretar un texto tan medularmente judío como un proceso sacramental que incluye la confesión auricular e individual y la prescripción de penitencias me parece demasiado aventurado, sobre todo porque para llegar al sacramento de la penitencia que conocemos en la actualidad se pasó por distintas fases intermedias.

Lo de "giro judío propio de la literatura rabínica" no tiene precio. Es una de esas pedanterías egregias a las que sólo se puede responder regalando un ejemplar de El Emperador va desnudo. Pero, hombre, Cesarón, ¿de qué literatura rabínica hablas? Los evangelios son los textos que mejor soportan cualquier análisis historiográfico en la historia de la humanidad, pero, aún así, no se posee ningún original ni en lengua aramea, ni mucho menos en hebreo –lengua en la que se supone no se escribió ninguno- ni en griego, el idioma más utilizado por hagiógrafos y copistas del nuevo testamento. Y si no poseemos el original, ¿cómo puedes sentenciar que el otorgamiento de Cristo a sus apóstoles no es más que "un giro judío propio de la literatura rabínica". ¿Qué giro? ¿Qué literatura? ¿Qué rabinos? Las frases evocan una idea, y la idea que expresa la frase que nos ocupa parece bastante inequívoca. Puedes creer o no creer en los evangelios, pero, como buen evangélico, supongo que crees. Y si creemos que Cristo dio a sus discípulos poder para perdonar los pecados –e incluso el refrendo del Cielo para todo aquello que ataran y desataran en la Tierra- ¿de qué te extraña que ese mandato se concretara en la confesión personal, auricular y secreta?

¿Que se pasó por distintas fases intermedias hasta la confesión actual? Claro que sí. Como ocurre con todos, absolutamente todos, los sacramentos. Con el orden sacerdotal, que ni tan siquiera había fraguado, con la Eucaristía, el centro de toda la liturgia, con la Confirmación, la Unción y el Matrimonio. Hasta el Padrenuestro ha sufrido ligeras modificaciones (eso suponiendo que no se trate de otro literario giro rabínico).

Pero es que hay más. Los jóvenes suelen poner cara de coña cuando dicen lo que define de nuestro Cesarón: Yo me confieso ante Dios. Y no necesito explicarlo a aquel que se confiese con frecuencia y pueda valorar la diferencia el muy diferente propósito de enmienda que se establece entre el hombre que se arrodilla ante un presbítero y el que pide perdón directamente a Dios, actitud que, dicho sea de paso, siempre me ha parecido un poquito pedante.

Entre otras cosas, porque la confesión auricular está muy bien pensada: el hombre reconoce su culpa y se humilla ante otro hombre. Su arrepentimiento exige una prenda, la de esa pequeña o gran humillación, de la misma forma que la petición de perdón entre dos amantes exige la humillación de la sinceridad e incluso otorga derecho al perdonador de examinar la sinceridad del penitente.

El sacramento de la penitencia es lo que marca la diferencia entre la alegría del catolicismo y la seriedad adusta del protestantismo, en especial, de los calvinistas. Por eso el mundo anglosajón vive para trabajar en lugar de trabajar para vivir. Y acusa al catolicismo de fomentar el sentido de culpa. Desde luego, mejor que lo haga, en un mundo que ha perdido el sentido del pecado, pero ningún gozo ni paz interior mayor que la del católico que se siente perdonado. La falta de sentido del pecado no conduce a la paz, sino a la necedad, y el sentido de culpa permanente, sin posibilidad de remisión, conduce a la melancolía. El hombre nació para ser redimido, y el hombre sólo alcanza la plenitud cuando hace una cosa y experimenta otra: arrepentirse y ser perdonado. Como me conozco, estoy seguro que mi arrepentimiento ante Dios no tendría mucho valor.

Claro que si se trata de un giro judío propio de la literatura rabínica, me callo.

Eulogio López