Melodrama con tintes de suspense, Los abrazos rotos adolece, en gran parte del desarrollo, de tensión dramática por lo que los acontecimientos narrados se contemplan con absoluta frialdad.
En esta ocasión el director manchego ha decidido realizar una película que no ofenda a nadie (cuestión que se agradece) y que supone todo un homenaje al cine clásico. De tal forma que cualquier aficionado al cine recordará a Hitchcock en la genial banda sonora de Alberto Iglesias, a Rosellinni en las dificultades que conlleva una relación amorosa y, como es habitual en casi todo el cine almodovariano, a Douglas Sirk en la plasmación visual, con esa luz algo irreal que le otorgaba el technicolorLo que quizás pueda irritar alguno es que en ese homenaje a los grandes maestros, el cineasta español se incluya y se mire su propio ombligo y rememore (en algunas secuencias) imágenes de películas anteriores de su filmografía, por ejemplo de Mujeres al borde un ataque de nervios (en toda la historia del largometraje Chicas y maletas), o de Todo sobre mi madre (la relación de Blanca Portillo con su hijo, el accidente etc).
Pero en Los abrazos rotos una de las características propias del cine de Almodóvar: los argumentos y las situaciones alambicadas es lo que precisamente hace fracasar el conjunto. El desarrollo de la película va a trompicones, el ritmo narrativo se rompe continuamente y las idas y venidas en el tiempo no están en la mayoría de los casos bien resueltasEl resultado es un película artificiosa, carente de momentos emocionantes (salvando la relación de la protagonista con su padre enfermo terminal) y que se hace más larga de lo que presume su metraje (dos horas)
Para: Los que van a ver todas las películas de Pedro Almodóvary no les pase nada









