Sr. Director:
Ser vergonzoso o sinvergüenza no son conductas atractivas ni positivas. Como decía Aristóteles, en el medio está la virtud. Entre la mojigatería y la sirvengonzonería, lo púdico –pudor, pudoroso- se muestra lo más razonable y equilibradamente humano.
Lo púdico se relaciona con lo público desde el momento en que hablamos de intimidad en la persona humana, concepto que no aplicamos a los simios. No hay orangutanes desnudos o medio desnudos, porque el vestido no es una categoría pertinente para los animales.
Para los hombres y mujeres sí es significativo el vestido, y no tanto en relación con el calor y el frío cuanto a su intimidad.
El ser humano no es reducible a su cuerpo por la sencilla razón que apunta Viktor Frankl: una persona con un cuerpo exactamente igual al de mi madre, no es mi madre, que es mucho más que su organismo perfectamente reproducido.
Hombres y mujeres poseemos intimidad porque, entre otras cosas, somos libres para desvelarla y entregarla a quien merece nuestra confianza.
Por eso, el escenario por antonomasia de la intimidad es la familia, en sentido amplio, pues incluye también a los amigos.
El chimpancé es el mismo en el cuarto de baño, en la playa y en la calle.
Pero el ser humano no debe confundir la playa con el cuarto de baño ni la calle con la playa, porque estaría despojándose de la intimidad y se deshumanizaría.
En la actualidad, abundan en nuestras playas y calles personas masculinas y femeninas que abdican de su intimidad, porque en su modo de desvestir no disciernen entre el cuarto de baño, la playa y la calle.
Se ha producido un corrimiento antropológico. Muchos están en la costa como en la ducha y en la vía pública como en la playa.
Para recuperar el respeto a los demás –violencia doméstica, violencia en las aulas, conflictividad laboral, etc.- hay que empezar por el respeto a uno mismo y al propio cuerpo. Hay que empezar por recuperar la intimidad.
Antonio Barnés Vázquez
barnesius@gmail.com