En esa frase unimos mentira y cobardía todo a un tiempo. El señor Schwartz no está defendiendo que paguemos la enseñanza islámica porque ello sea bueno o justo, sino para evitar que las escuelas musulmanas se conviertan en un criadero de terroristas. Es la famosa moral progre, que podemos resumir así: no hagas las cosas porque sean ciertas, buenas o justas, sino por alguna otra razón. En este caso, para que no te asesinen.
La tesis, además, choca con otros inconvenientes. Recuerda cuando, durante la transición española hacia la democracia el Estado se dedicó a financiar ikastolas con el sano propósito de moderar las pretensiones independentistas de algunos vascos. Consiguió exactamente lo contrario. Las ikastolas se convirtieron en criaderos de batasunos a los que desde los cinco añitos se les había enseñado a cantar, en tan pedagógicos centros, aquello de Perros fuera, viva Euskadi libre, y una historia firmada por el profesor Otegui y compañía.
Y la tesis también se parece al fatalismo de la guerra fría. Meses, incluso semanas antes de la caída del muro de Berlín en 1989, había muchos Stephen que pregonaban que el comunismo no tenía vuelta atrás. Lo único que se podía hacer ante su avance victorioso era amaestrar a la fiera con cesiones paulatinas pero permanentes, con coqueteos socialdemócratas y mohines progres. Al final, todos caímos en la cuenta de que el comunismo era un gigante con pies de barro que se derrumbó estrepitosamente, no gracias a las cesiones ante su tiranía, sino gracias a la firmeza en la defensa de la libertad. Y es que la verdad siempre camina de derrota en derrota hasta la victoria definitiva. En las batallas ideológicas, batallas de paz, no se trata de destruir la mentira sino de afianzarse en la verdad, de ser fiel a los propios principios. La mentira como el leninismo se destruye por sí sola si enfrente encuentra la firmeza de la verdad. Y esto vale también para la violencia islamista. Desde Covadonga a la India el mundo islámico ha vivido épocas fugaces de esplendor, siempre militar, combinadas con enormes lapsos de decadencia y guerras internas.
Por tanto, no se trata de fomentar un islamismo moderado, entre otras cosas porque un Islam democrático es una contradicción en sus propios términos. En primer lugar, el Islam no cree en la libertad. Buena prueba de ello es que en toda la historia musulmana, la apostasía ha sido condenada con la muerte y en segundo lugar la filosofía islámica no tiene nada que ver con el consuelo que toda persona necesita para vivir. El cristianismo vive en la libertad de los hijos de Dios pero para un seguidor de Mahoma llamar padre a Alá sería simplemente una blasfemia.
Estas dos cuestiones son las que conforman toda la política, toda la economía y toda la sociedad islámicas. No son, por tanto, compatibles con Occidente. La alianza de civilizaciones es, simplemente, un absurdo.
Cosa distinta, es que esa diferencia esencial entre Occidente y el Islam (también existe una diferencia esencial entre Occidente y el lejano Oriente, pero eso lo dejamos para otro día), tenga que resolverse por la fuerza de las armas. Ciertamente no tiene ni debe por qué ser así. Para destruir la tiranía islámica, al igual que para destruir la dictadura comunista, no hay que financiar madrazas islámicas sino ser fiel a los propios principios que conforman Occidente, especialmente al primero de todos: la persona es sagrada por la sencilla razón de que ha sido elevada a hija de Dios (Zapatero no lo sabe pero Occidente no es más que eso). El resto no es más que suicidio.
Eulogio López