Dicho esto, en el partido inaugural de la selección de española no conseguimos ganar a una Italia desvencijada por escándalos futbolísticos y por jubilación de sus mejores jugadores.
Y el culpable fue don Vicente: no se puede alinear cuatro defensas, seis centrocampistas y ningún delantero. Un goleador puede no tocar bola en todo el partido pero siempre es una alternativa de remate que obliga al contrario a dispersar esfuerzos. Si no hay rematador, no hay dispersión.
La selección española de fútbol es, probablemente, la mejor del mundo, la que realiza un juego más vistoso y disfrutón. Pero sigue siendo un buen reflejo de una España acomplejada y cainita. Acomplejada, porque ni aun siendo los mejores somos capaces de ejercer de tales. Y no se confundan: el acomplejado puede -de hecho, suele- comportarse como un triunfalista, todo forma y poco fondo.
Lo del cainismo se sobrelleva bien, precisamente, gracias a que el único momento en que los españoles creen en sí mismos o, si lo prefieren, el único momento en que se sienten patriotas, es con la Roja. Fiar el patriotismo de un país a su selección de fútbol y no a sus principios -en el caso de España está claro: su esencia es la fe cristiana- tiene su peligro, porque el patriotismo desaparecerá en cuanto las 20 piernas y las dos manos de Iker Casillas, no respondan. Imagínense que quedamos eliminados en la primera ronda: vamos que el PNV reclama abiertamente la independencia.
España no debe ser triunfalista pero tampoco acomplejada. El complejo no deja de ser una muestra de soberbia, consistente en echar lodo sobre sí mismo… para evitar lo que más teme el soberbio: la crítica ajena.
El partido España Italia me lleva a otra reflexión. El delantero negro –sí, de raza negra- de la Selección italiana, Mario Balotelli, advirtió que si alguien le tira un plátano irá a la cárcel porque le matará. Buen comienzo para no despertar la bestia de unos aficionados al fútbol en un deporte que no se caracteriza por su 'finezza'. Claro que el racismo debe ser condenado pero también debe ser defendido. En otras palabras, Balotelli, dejó muy mal en el campo a los jugadores de raza negra: es un jugador bronco, provocador, marrullero, insultante, quejica: no dudo que es buen futbolista pero muy mal deportista. Balotelli se comporta como esas feministas que decretan que nadie puede criticar a la mujer -para ser exactos, a ellas- porque, de hacerlo, aunque la crítica esté cargada de razón, se debe, no a los defectos reales de la susodicha, sino al machismo imperante.
Con esa actitud, quien sufre no es el hombre de raza negra ni la mujer: sufre la verdad.
Eulogio López
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