Otro discurso genial de Benedicto XVI. La capacidad de síntesis del actual pontífice me exige renovar mi oferta para que trabaje como titulador en Hispanidad.com, pero me temo que no va a aceptar. La intervención del pasado lunes en el Congreso científico organizado por la Academia de las Ciencias de París, bajo el horrible título de la "identidad mutable del individuo" (si es identidad racional, es inmutable) Benedicto XVI giró alrededor de la idea de que no hay ciencia sin conciencia, algo que recuerda cuando enseñaron el Blas Pascal un muy ilustrado cartel en un instituto científico parisino: "La ciencia no tiene fe ni patria", a lo que Pascal respondió: "Muy cierto, la ciencia no tiene ni fe ni patria, pero los científicos sí".

Sin embargo, déjenme resumir otra idea que no parece haber pasado más desapercibida. Benedicto XVI acude otra vez al titular periodístico, es decir a las idea-fuera, es decir, a la cuasi-evidencia para recordarnos lo que siempre se nos olvida, lo que tenemos delante de nuestros ojos: los límites de la ciencia, que, como apunta el sentido común, son casi ilimitados. El titular de Benedicto XVI de que "ninguna ciencia puede decir de dónde viene y a dónde va". Hablaba del ser humano, naturalmente.

Por eso las teorías del ‘Big Bang', y todos los evolucionismos que el mundo han sido, se nos empieza contando la película por la mitad. Al final, la ciencia sólo explica cómo se desarrollan las cosas, pero no por qué existen cosas, ni de dónde venimos, ni a dónde vamos. Y, con todo respeto, eso es muy poco. Sólo los necios se pueden conformar con tamaña impotencia.

Eulogio López

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