Sr. Director:

Durante una audiencia a finales del mes pasado el Santo Padre dijo a una delegación de la facultad teológica de Tubinga donde había sido profesor: "…Había considerado como mi verdadera vocación la enseñanza, aunque el buen Dios improvisamente quiso otra cosa (…)". Me han venido a la mente dos reflexiones en base a esta declaración recordando dos textos releídos hace poco.

"El buen Dios… quiso otra cosa…" Hace dos años, a propósito de la elección del entonces cardenal Ratzinger como Sumo Pontífice, Vittorio Messori escribió: "En realidad, por amor a la Iglesia, Joseph Ratzinger hizo el mayor sacrificio, la renuncia a su verdadera vocación, la del estudioso de teología, la del profesor de teología que reparte su tiempo entre la biblioteca y el contacto con los jóvenes". El otro texto que he recordado es un versículo del Evangelio de san Juan, ese que dice: "Cuando eras joven, tú mismo te ceñías, e ibas a donde querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará a donde tú no quieras".

¿No se encierra en las palabras del Santo Padre una grande frustración? ¿No se esconde tras ellas una denuncia, una queja, una desilusión? No. Definitivamente no. Llevan la impronta del amor, de la donación, de la generosidad, de la docilidad, de la apertura que es capaz de virar cuando la razón y el amor lo exigen. Y es que cuando la vida se le ha entregado a Dios, cuando la conciencia de la voluntad de Dios prima, los legítimos planes personales pasan a segundo término para poner en primer lugar los deseos del amado. ¿Qué sentido donar conciente y libremente la vida si al final hay remilgos, insatisfacciones y malas caras? Cuando hay amor se va a donde no se quiere por propia iniciativa pues el amor induce dulcemente a querer; cuando hay amor se va a donde no gusta, a donde la naturaleza se rehúsa andar. Y lo hace aun por caminos difíciles, por esas calles por donde sólo pueden pasar las personas que son capaces de amar mucho.

Cuando uno es joven quiere comerse el mundo de un bocado; pero con los años uno va percibiendo que es mejor poco a poco porque así uno no se indigesta. Es bueno, sano y provechoso tener, hacerse planes; pero lo mejor es estar abierto a que discurran por otros cauces, a que se transformen o simplemente jamás se cumplan. "Uno propone y Dios dispone", como reza la sabiduría popular.

Hace dos años Joseph Ratzinger aceptó asumir el puesto de Vicario de Cristo. Su sí no fue un asentimiento cualquiera; en él no se jugaba una orden de patatas sino la respuesta amorosa, libre, conciente y exigente de servicio, de un servicio con olor a vocación de donación, de abandono de sí. "El buen Dios… quiso otra cosa…", y ahí estuvo el "sencillo y humilde trabajador de la viña del Señor" para acogerla y dejarse ceñir y llevar por donde nunca había pensado; un servidor que dejó claro desde el día de la misa de inicio de su ministerio que su programa de gobierno no era hacer su voluntad sino la del Señor. Está claro que lo ha cumplido.

Jorge Enrique Mújica

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