En cualquier caso, lo que implica esa frase es que llevamos dos generaciones que han expulsado a Cristo de la vida pública bajo el necio principio relativista de que nada es verdad ni nada es mentira. Con ello, hemos negado cualquier posibilidad de principio moral absoluto, cualquier "imposición" ética y, con ello, también, cualquier posibilidad de "moral". El pecado dejó de existir y fue sustituido por un tirano muchísimo más cruel, que es la ley. Ya no existía el pecado pero sí algo mucho más exigente y coercitivo: el delito.
Pues bien, la crisis financiera que relatamos en esta edición de Hispanidad, constituye el mejor ejemplo de lo que supone pasar del pecado al delito. Porque la causa de esa crisis -que ni mucho menos ha acabado- es la codicia especulativa, el deseo de enriquecerse a corto plazo. Ahora bien, la especulación es inmoral, pero no es ilegal. Es más, el progresismo ha convertido al especulador en un tipo respetable, un filántropo, y ha trasfigurado los bancos de inversión y la intermediación bursátil en el trabajo más encomiable de todos, donde quieren trabajar los más listos de las mejores universidades. La economía real quedaba para los mentalmente débiles, los fracasados.
De hecho, el fiscal de Nueva York ha arremetido contra los culpables de la crisis -los bancos de inversión ya aquellos bancos universales que se han convertido en bancos de de inversión- porque han cometido un error. Al final, no olvidemos que si el derecho natural no coincide con el derecho positivo, es decir, aunque pecado y delito se bifurquen, a la postre, el origen de ambos es el mismo: la verdad y el bien.
Para cualquiera que tenga sentido común, la especulación debe ser perseguible, y si no es perseguible como tal habrá que adecuar el código penal a los mandamientos. Y esto, no para re-cristianizar Occidente -que también- sino para salvar la economía occidental.
Eulogio López