La carne de periodista se cotiza a bajo precio

Cuando un negocio no funciona, salvo el de las máquinas excavadoras, a sus propietarios se les ocurre una idea genial, aunque siempre sea la misma: vender en los centros escolares... y a la fuerza. Vamos, con la fuerza del BOE. Se repite así el mismo argumento del cineasta Berlanga en la "Escopeta Nacional", cuando un fabricante catalán de porteros automáticos organiza una cacería para convencer al ministro de turno de que promulgue una orden ministerial obligando a todas las casas a instalar cajeros.

Juan Luis Cebrián, presidente de turno de la Asociación de Editores de Diarios Españoles (AEDE), es un gran aficionado al cine, por lo que ha propuesto exactamente eso: que el Gobierno fomente la lectura en la escuela (es decir, que las comunidades autónomas y los empresarios privados de educación se vean obligados a comprar periódicos en grandes cantidades, en nombre, naturalmente, del fomento de la lectura).

Todo ello por dos razones. La primera, la difusión de la prensa en España ha caído en 2003 un 2,7% (el consuelo es que la caída en Europa aún es mayor) y la publicidad, a pesar de que está remontando, "no llega a la prensa" (Cebrián, dixit).

Como la prensa exige transparencia a todo el mundo, es uno de los sectores menos trasparentes: el informe de AEDE en el que nos basamos corresponde al año 2002. No está mal hacerlo público en 2004 y enterarnos de que, por ejemplo, el diario El Mundo no se gastó, dos años atrás, en personal ni el 25% de sus costes totales, o que el periódico de Pedro J. Ramírez acabó el ejercicio 2002 con un resultado de explotación de 6,8 millones de euros en números rojos.

¿Cómo es posible que los ingresos publicitarios desciendan, desciendan los lectores y aumenten los benéficos? Pues, por lo de siempre, por la reducción de costes. La prensa española se ha convertido en el reino del empleo precario, y la carne de periodista se vende, cada vez, a más bajo precio. Becarios eternos, empleos temporales, expedientes de regulación de empleo realizados, no según criterios de productividad, sino de salarios (o sea, sueldos altos a la calle), con la consiguiente depreciación del producto y externalización de servicios. En muchas empresas informativas se está haciendo famosa la máxima neoliberal: Págate tu Seguridad Social y me facturas por pieza. Con esa reducción de costes es como se ha salvado el ejercicio 2002, y a tenor de los despidos habidos en 2003, da la sensación de que se ha acentuado el proceso.

Pero, al final, lo que importa es la difusión. De ella depende, no sólo la influencia de un medio, sino también sus ingresos publicitarios futuros. La culpa de que la prensa se lea menos la tienen los diarios digitales (casi ya con un índice de lectura similar al de la prensa diaria) y la prensa gratuita. El consejero delegado de Prisa, Juan Luis Cebrián, siempre tan liberal, afirma que los editores deben acostumbrarse a la existencia de la prensa gratuita que "tiene todo el derecho a existir". Eso sí, por si acaso, El País se cuidó mucho de participar en la campaña de los magnates de la prensa, hasta que consiguieron que el Ayuntamiento de Madrid mermara, por ley, la capacidad de reparto de la prensa gratuita. Por la misma razón, Prisa encabeza Gedeprensa, la sociedad que trata de destruir el derecho de cita y terminar con las bases de datos de Internet y, a continuación, con la prensa electrónica independiente.

No sólo es que descienda la lectura de diarios, sino que estos han entrado en la peligrosa crisis de los semanarios: no se venden si no es con regalos, que cuestan una barbaridad: monedas, cochecitos, enciclopedias, películas en DVD, conciertos en CD, etc. La prensa periódica puede convertirse en algo parecido a los semanarios durante la década de los noventa, cuando muchos compradores adquirían el ejemplar en el quiosco, y allí mismo, rasgaban el retractilado, cogían el vídeo y tiraban el ejemplar a la papelera.

El otro reto de los diarios es que el público, azuzado por los medios audiovisuales y por Internet, ha empezado a exigir instantaneidad a la prensa, algo que la prensa no puede darle. La sensación que tienen muchos lectores es la de que es extraño que se encuentren en la prensa de la mañana una noticia que no hayan escuchado antes. Al diario tradicional sólo le queda el análisis: lo malo es que los medios electrónicos también hacen análisis.

Es más, el informe de la patronal AEDE revela que mientras la población joven y adulta se vuelca en Internet, a la prensa española le está ocurriendo lo mismo que al desaparecido diario YA (y nos tememos que algo parecido a lo que le ocurre al diario ABC y a toda la prensa europea): se le mueren los lectores.

El caso es que los grandes periódicos se leen menos y tienen menos publicidad (caída por encima del 7% en 2003). Los grandes anunciantes cada vez coinciden más en que la prensa no sirve para vender productos. Para eso se utiliza la televisión, las revistas de color, a ser posible especializadas (en especial, porque las decisiones de compra las suele tomar la mujer), y, en tercer lugar, muy en tercer lugar, la radio. Prensa e Internet venden poco. Lo suyo es una publicidad de prestigio, de patrocinio o, confiesan los más cínicos, de búsqueda de buen trato. Naturalmente, la propaganda de marca, o de prestigio, es inferior a la propaganda de venta.

En otras palabras, la publicidad, independientemente del repunte que seguramente se producirá este año por la mejora económica, tenderá a disminuir en la prensa de información general y en Internet. Los digitales pueden aguantarlo por sus escasos recursos, pero, ¿podrá aguantarlo las nutridas redacciones de los diarios tradicionales?

Y hay otra cuestión de fondo que explica la desconfianza del público hacia la prensa diaria, sin duda la cuestión más importante de todas. Se trata del alineamiento político y de la servidumbre hacia los poderes económicos de los medios informativos tradicionales. A medida que la concentración avanzaba en el sector bancario y empresarial, así como en la empresa informativa, convertida hoy en multimedia, se reducía la libertad de las redacciones. Hoy, en España, pueden escucharse todas las críticas que se quieran hacia Aznar, Rajoy o Zapatero, pero son muy pocos (en prensa casi ninguno) los que se atreven a criticar a Emilio Botín o Francisco González. Puede que el lector medio no esté al tanto del trasfondo de este asunto, pero sí percibe sus consecuencias: percibe demasiada complacencia con los que verdaderamente ostenta o detentan el poder y demasiado alineamiento, a veces persecución obsesiva, contra los políticos o hombres de la cultura que no pertenecen a la cuerda ideológica del diario de turno. En definitiva, la crisis más preocupante de la prensa no es ni la de lectores ni la económica: la más importante es la crisis de credibilidad, que genera las otras dos.