Carlos Dívar ha dimitido, no porque haya abusado de los fondos públicos, sino porque ha perdido el apoyo de los suyos, es decir, de los presuntamente suyos.

Sinceramente, aquello de lo que se le acusa, supuesto que sea cierto, me parece una 'chuminá'. Si será así, que tanto la Fiscalía como el Tribunal Supremo han archivado el asunto.

En cualquier caso, Dívar dimite porque ha perdido la confianza del Consejo. En efecto, tras una campaña mediática de linchamiento como la que le han infligido PRISA y RTVE, los dos bastiones informativos del PSOE y los dos defensores del juez Baltasar Garzón, hasta los vocales conservadores, todos ellos animados por la misma cobardía habitual del Partido Popular, se han apartado de él y le han forzado a dimitir.

El susodicho mantiene su inocencia y la ratifican los tribunales, pero no han sido sus presuntos adversarios quienes han conseguido su dimisión, sino los suyos. Ya saben, cuerpo a tierra que vienen los nuestros. Un detalle. Con Dívar aún difunto, Fernando de Rosa, un pepero de toda la vida, se ha apresurado a convocar una rueda de prensa para contarnos su programa de Gobierno, como nuevo emperador de los tribunales españoles.

Baltasar Garzón, por el contrario, no dimitió: le han echado de la judicatura. Y por uno de los tres sumarios en los que estaba incurso, en mi opinión, el menos importante. Su amigo, Gómez Benítez, ha sido quien le ha tendido la celada a Dívar. Pura coincidencia.

En resumen, Dívar se va, a Garzón le echan. En la actitud de Dívar hay una consciencia de ser víctima de una persecución pero no por ella deja de reconocer que pudo cuidar más algunas gastos de representación, aunque ya he dicho que en esos cargos lo único que se pone es un límite máximo porque a esas alturas de representación resulta muy difícil distinguir entre las actividades publicas y las privadas. En cualquier caso, dimite porque no cuenta con el apoyo de los suyos y se queda en minoría en el Consejo.

En el caso de Garzón, por el contrario, no hay arrepentimiento alguno. Es más, hay prepotencia en las acusaciones a los facciosos que buscan su cabeza. Y eso que ha sido condenado mientras Dívar era archivado.

Pero lo que más me ha sorprendido del asunto Dívar ha sido la actitud de los cristianos. Alguien dijo que "los hijos de las tinieblas son más avispados que los hijos de la luz". Los cristianos dan por cierta la calumnia sobre Dívar y, a partir de ahí, extraen conclusiones. Y esto no deja de sorprenderme.

Pasemos de la práctica a la teoría. Me refiero a mi convencimiento -no demostrable, porque no todo lo que es verdad es demostrable- de que lo que más cabrea de Carlos Dívar es que es un poderoso que no oculta su condición de católico practicante. Fíjense si será así que entre los correos que han provocado las informaciones y opiniones de Hispanidad sobre el linchamiento de Dívar, la palabra más mencionada es la de 'meapilas', condición, al parecer, definitiva para sospechar acerca del sujeto agente, todo lo sospechable y algo más.

Y ojo, en principio, en algo tienen razón: un católico coherente puede abusar de su posición como cualquier ateo o mediopensionista. Naturalmente que sí. Es más, las mayores aberraciones, aquellas que contienen pecado de hipocresía, siempre se perpetran al lado del altar. No hay peor malicia que la del pervertido, porque, en la historia humana, la corrupción de lo mejor es lo peor.

Ahora bien, si el conjunto de los cristianos no mostraran mejor catadura moral que el conjunto de los no cristianos entonces es que algo falla en la Iglesia. El juicio individual no invalida el general.

En cualquier caso, mira que somos tontos los católicos.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com