Y nuestra princesa manifiesta este anti-axioma con rotundidad, incluso con agresividad. Se me olvidaba comentarles que el objetivo del artículo -supongo que ella lo llamaría "tesis"- es que los críticos literarios no deberían machacar a los escritores, sino ignorar las obras malas. Manifiesta, por pura casualidad, que los tales críticos han sido muy duros con ella y estarán de acuerdo en que eso no se puede permitir. Y, otrosí, que como no resultaría muy democrático prohibir los comentarios ácidos hacia las novelas de nuestra intelectual, lo mejor es suprimir toda glosa negativa. Es lo mismo que yo he dicho siempre: Acepto todo tipo de críticas con tal de que sean positivas.
Pero ustedes se preguntarán: Comprendemos que a nuestro referente moral no le guste que le pongan como no digan dueñas, pero ¿qué tiene que ver eso con la verdad? Pues está clarísimo: si la verdad no existe, nadie puede constituirse en crítico de nadie, en especial de nuestra lumbrera.
Quizás por ello, la muchacha -un decir- ha pergeñado una filosofía cuando menos sorprendente, cosmovisión que consta de dos principios. En primer lugar, según nuestra prócer, no existe una verdad, sino varias. Un poner, es inadmisible, seguramente fascista, que porque un loco peligroso afirme que dos más dos son cuatro, esa sea la única respuesta al dilema, o se pueda reconvenir a quien defiende que dos más dos son tres y medio. Porque claro, podemos criticar a quien "se siente en posesión de la verdad", lo que no deja de ser una crítica bastante tonta, pero admitida en el ‘estupidiario' colectivo. Ahora bien, no me siento con fuerzas para responder a quien dictamina la existencia de varias verdades sobre una sola cuestión. Eso supone ya entrar en el proceloso abismo de una filosofía rompedora. Estúpida, sin duda, pero rompedora.
Por definición, la verdad es una o no es verdad, pero con el nuevo progresismo intelectual, hemos terminado de una vez con toda esa desgraciada patulea de Aristóteles, Confucio, Agustín, Tomás de Aquino, Copérnico, Leibniz, Kant, Madame Curie, Einstein y demás incultos, quizás porque ninguno de ellos tuvo la oportunidad de leer la verdad última de nuestra articulista.
La necedad es un proceso contagioso para el propio necio, así que una tontuna lleva a otra sin salir del mismo cerebro. Por eso, nuestra intelectual de referencia culmina su aserto con una milonga aún más brutal: no sólo es loco quien apuesta por la existencia de una sola verdad, sino quien -cosa extraña- considera que esa única verdad es la suya. Figúrense, nos topamos con oligofrénicos tan peligrosos que están convencidos de estar convencidos de lo que piensan. Convendrán conmigo en que esto es gravísimo.
Pero no se apuren: el mundo sigue girando, quizás porque a la inmensa mayoría de la humanidad los intelectuales e ‘intelectualas' de referencia le importan una higa.
¡Laus Deo!
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com