La anécdota de una bandera: Cuando en 1949 se instituyó en Estrasburgo el primer «Consejo de Europa», se convocó un concurso artístico para elegir una bandera común.
La providencia quiso que entre los 101 proyectos presentados, finalmente, en 1955 se eligiese la elaborada por Arsène Heitz, un artista católico ferviente, que cultivaba una especial veneración por la Inmaculada. Y por tanto, pensó que haría su diseño con las estrellas colocadas en círculo, como en la Medalla, sobre un fondo azul mariano. Para su sorpresa, el boceto ganó el concurso.
(La Comisión que componía el jurado estaba presidida por un belga de religión judía, responsable de la sala de prensa del Consejo, Paul M.G. Lèvy, que no conocía los orígenes del símbolo, pero al que probablemente le impresionaron los colores. Efectivamente, el azul y el blanco (originariamente las estrellas no eran amarillas sino blancas) eran los colores de la bandera del por entonces recién constituido Estado de Israel)).
Su inspiración fue plasmar el pasaje bíblico del capítulo 12 del Apocalipsis, donde se describe la figura de una Mujer con una corona de doce estrellas sobre su cabeza; una corona de doce estrellas sobre el fondo azul.
Por motivos obvios, guardó en secreto su fuente de inspiración religiosa, y no la descubrió hasta después de haber sido definitivamente seleccionado. Hasta entonces, se limitó a responder a las aclaraciones que le solicitaron desde aquel primer Consejo de Europa, formado entonces por tan sólo seis países; diciendo que el número 12 era un número de plenitud según la sabiduría antigua, y que no debería cambiarse si un día los miembros del Consejo superasen ese número.
Y lo más sorprendente es que fue precisamente un 8 de diciembre de 1955, día de la Inmaculada, cuando en una votación del Consejo de Europa fue adoptada esta bandera por unanimidad.
No cabe duda de que esta anécdota histórica trae a colación el cristianismo anónimo sobre el que se está construyendo Europa. Por mucho que pretendamos ignorarlo y olvidarlo, nuestra cultura tiene a Cristo en sus raíces y a María en su bandera.
Maite Cuffi