Con gusto cedo este espacio editorial a la carta que nos hace llegar Angel Travesí, pues el próximo lunes 16 se cumple el octingentésimo aniversario de las Navas de Tolosa.Cuenta el historiador Luis Suárez que tras esta victoria sobre el fundamentalismo islámico -almohades-, la expulsión de los musulmanes -aunque no pueda fecharse hasta 1492- puede darse por finiquitada. Desde las Navas, España comenzó a considerarse como uno de los grandes reinos cristianos de Europa. La España de Rajoy no se atreve a conmemorar esta batalla, lo que despierta una duda: ¿Se atrevería a librarla? En todo caso, lean a Ángel Travesí:

Sr. Director:

El próximo lunes 16 de julio, día de Nuestra Señora del Carmen, se conmemoran los 800 años de una gesta sin igual en toda Europa, se trata de la victoria, de las armas cristianas en la batalla de las Navas de Tolosa.

Era el lunes 16 de julio de 1212, cuando un ejército cristiano, combatió y venció a un numeroso y bien dotado ejército musulmán – almohade – que había invadido la península meses atrás. Al-Nasir, líder de los almohades, proclamó la Yihad "guerra santa", a todo el mundo islámico, para acabar con los reinos cristianos de la península ibérica.

El Santo Padre, Inocencio III, proclamó la consideración de cruzada, a petición del rey Alfonso VIII, y pidió a todos los reyes cristianos acudir a la lucha contra esta nueva invasión, pese a ésta muy pocos europeos ultramontanos, fundamentalmente franceses, se incorporaron. Gracias a Dios, se dieron la vuelta antes de la batalla. Su comportamiento no hizo más que complicarlo todo: eran personas sedientas de sangre, sin atenerse a las mínimas reglas de la guerra y caballerosidad, generadores de continuos problemas entre las mismas huestes cristianas.

Al final, las tropas cristinas estaban dirigidas por tres reyes: el de Castilla, Alfonso VIII, líder indiscutible; el de Aragón, Pedro II, primo del rey de Castilla y, por último, el rey de Navarra, Sancho VII, que acudió por las presiones del obispo de Narbona y por la de doscientos de sus caballeros. El rey de León, Alfonso IX, no solo no acudió, sino que se dedicó a arrebatarle tierras, castillos y posesiones al de Castilla, mientras andaba pelando contra la morisma. Tampoco acudió el rey de Portugal, pero no impidió que sus caballeros acudieran a tan magna cita.

Las huestes almohades, muy superiores a las cristianas, estaban lideradas por Muhammad al-Nasir. Los cristianos lo conocían como Miramamolin, que era la manera incorrecta de pronunciar "Amir al mu´mi nin", que era el título de Príncipe de los Creyentes.

La batalla se dio en tierras jienenses, en territorio Andalusí. El ejército cristiano era más o menos la mitad del musulmán. No pretendo dar cifras porque son muy dispares, pero todos los historiadores coinciden en la proporción mencionada.

 

La aparición de un pastor guiando a las tropas cristianas para situarlo frente al ejército invasor, sin pasar por los terrenos que los almohades habían sembrado de emboscadas, es absolutamente cierta.

 

Al final, después de la preparación de los dos ejércitos, uno frente al otro, es el cristiano el que está en clara desventaja por la inferioridad de hombres y por tener que combatir a un enemigo situado en terreno más elevado. Pese a todo, es el ejército cristiano el que inicia el ataque. Parece una autentica locura.

 

La primera línea cristiana choca con la poderosa infantería almohade, después de la huida de las tropas musulmanas de Andasulíes, que lo hacen por el maltrato recibido por los nuevos invasores. No parece importarle a al-Nasir, su superioridad en hombres es aplastante y la elevación del terreno hace que su supremacía sea colosal.

 

Tres líneas podían empeñar los cristianos en el combate. Al ver seriamente comprometida la primera, Alfonso VIII envía la segunda, que casi genera una tragedia ya que compromete a la primera a una gran presión, entre el enemigo que tiene al frente y el impulso de los propios a retaguardia.

 

En vanguardia pelea Diego López de Haro, que combatía con sus 500 caballeros, de los cuales ya solo quedaban vivos 40, junto a templarios, hospitalarios, calatravos y santiaguistas. En el peor momento del combate gritaron ¡Aquí se viene a morir!, para animar a los peones. Es en ese momento cuando Alfonso VIII grita al obispo de Toledo D. Rodrigo Ximénez de Rada, ¡AQUÍ, SEÑOR OBISPO, MORIMOS TODOS! Y dicho esto picó espuelas y seguido de sus últimas reservas, incluido el Pendón de Castilla, temido por el ejército musulmán, acude al combate, a galope tendido. Al ver esto los otros dos reyes, Pedro II y Sancho VII hacen lo mismo, con sus propias reservas, comprometiendo a todo el ejército cristiano en un combate final. Las tropas cristianas al ver a sus reyes jugándose la vida gritan ¡Llega el Rey! y entusiasmados les abren paso. La acometividad de esta caballería pesada desmoraliza a las fuerzas musulmanas. La carga de los tres reyes es de una ferocidad que más bien parece un huracán enfurecido, llegando el rey de Navarra, Sancho VII, a destrozar las últimas defensas de Miramamolin que huye a caballo, esto desmoraliza a sus tropas que huyen a la desbandada.

 

Esta batalla es el punto de inflexión de la reconquista, no supone grandes conquistas territoriales, pero si la aniquilación del ejército almohade. Cabe recordar las montañas de cabezas decapitadas de cristianos, que los musulmanes tenían por costumbre coleccionar después de las batallas en las que resultaban vencedores. Se había vencido, en suma, al enemigo más cruel.

 

Aquí se ve el espíritu de sacrificio de tres reyes que, incluso, se juegan su propia vida por un ideal: expulsar al invasor. Qué gran ejemplo para estos tiempos, en los que los gobernantes no sólo no dan ejemplo de austeridad y sacrificio, sino todo lo contrario.

 

España no hubiera sido lo que es hoy si esta batalla no se hubiera ganado. En la península Ibérica, es muy probable que se hubiera retrasado la reconquista o hubiera sido siempre musulmana. Cualquiera de las dos opciones habría sido una tragedia.

 

Por último decir, con gran tristeza, que si esta épica batalla se hubiera dado en Francia o Reino Unido, llevarían mucho tiempo conmemorándolo, con películas, representaciones, actos y celebraciones a las que acudirían las más altas autoridades de la nación.

 

¿Cuál es el motivo para no celebrar por todo lo alto un acontecimiento así? Desgraciadamente, sé la respuesta.

 

¡Qué gran diferencia, Sr. Director!

 

             Ángel Travesí.