Sr. Director:

El pasado 8 de diciembre celebramos la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María. Aunque el dogma de fe que se refiere a la concepción inmaculada de la Virgen fue promulgado por el Papa Pío IX el  8  de diciembre de  1854 mediante la bula Ineffabilis Deus, el pueblo cristiano creyó desde muy antiguo en esta gracia que Dios hizo a María: preservarla de contraer el pecado original en atención a los méritos de Cristo y para preparar en María una digna morada para su Hijo, nuestro Salvador.

Hay que decir que España, mucho antes de 1854, defendió el dogma de la concepción inmaculada de María en concilios, universidades y campañas militares. Reyes, soldados, órdenes religiosas y cofradías se acogieron a la Purísima hasta convertirla en alma espiritual de la nación. Incluso la liturgia en España recibió privilegios únicos, como el uso de los ornamenos de color azul claro para las celebraciones en honor a la Inmaculada.

En España, la Inmaculada no fue solamente una verdad de fe o teológica, sino una identidad espiritual. La idea de que María fue concebida sin mancha de pecado original aparece en nuestra historia desde los tiempos visigodos. En el año 675, en el IX Concilio de Toledo, el rey Wamba fue llamado  "defensor de la purísima concepción de María". Esta convicción de fe atravesó la Edad Media con vigor. No se trataba de un adorno piadoso, sino de una verdad bien arraigada en la fe del pueblo español que la celebraba con naturalidad.

Reyes como Fernando III el Santo, Jaime I, Alfonso X o Felipe II pusieron sus reinos bajo la protección de la Inmaculada. Hasta las órdenes militares la llevaban por bandera. Los caballeros de Santiago enarbolaban su estandarte en los combates, y siglos más tarde la Orden de Carlos  III  la consagró como patrona de sus insignias.

España defendía a la Purísima no como iniciativa aislada, sino como identidad colectiva. Se la invocaba en guerras, en decisiones de Estado y en la vida cotidiana. Era y sigue siendo el corazón espiritual de los españoles.

El pueblo sencillo fue quien sostuvo la devoción con gran fuerza. La cofradía inmaculista más antigua nació en Gerona en 1330, impulsada por los franciscanos. Desde entonces, miles de hermandades y parroquias extendieron el culto por toda la Península. La Purísima estaba en los altares, en las procesiones, en los cantos populares y en la piedad doméstica. La devoción no fue impuesta por la jerarquía eclesiástica, sino que se expandió con un movimiento espiritual desde abajo. Por eso cuando en 1854  el Papa proclamó el dogma, España no se sorprendió.

En 1644 Felipe IV pidió al Papa que la Inmaculada fuera proclamada oficialmente Patrona de España y de las Indias. La Inmaculada no fue elegida patrona por decreto, sino por historia. Estuvo presente en los concilios visigodos, en los estandartes medievales, en los ornamentos litúrgicos, en las universidades del Siglo de Oro y en gestas como el Milagro de Empel  (1585) 

Cuando celebramos a la Inmaculada no sólo recordamos un dogma proclamado por el Papa, sino que revivimos una herencia que perdura. Recuerda siglos de fe. Recuerda que María Inmaculada no es una devoción más, sino el latido espiritual de nuestra historia como pueblo.

Tendríamos que esperar hasta 1950  para que otro Papa, en este caso Pío XII, proclamase el dogma de fe referido a la Asunción en cuerpo y alma a los cielos de la Madre del Señor. Cuatro días después del 8 de diciembre, en México y en otras latitudes se celebrará la festividad de Nuestra Señora de Guadalupe. De acuerdo con el relato Nican mopohua de 1556,  la Virgen María se apareció al indio Juan Diego cuatro veces en el año 1531.

En 1648 fue publicado el libro del sacerdote Miguel Sánchez, titulado "Imagen de la Virgen María Madre de Dios de Guadalupe". Según los estudiosos, el culto guadalupano es una de las creencias más históricamente arraigadas en México y forma parte de su identidad. Ha estado presente en el desarrollo del país desde el siglo XVI,  incluso en sus procesos sociales más importantes como la Independencia de México, la de Reforma, la Revolución mexicana y en el conjunto de la sociedad, en donde cuenta con millones de fieles.

Las raíces devocionales primigenias de la Virgen de Guadalupe Mexicana estarían en la Virgen de Guadalupe de Extremadura, por la cual tenían gran devoción los conquistadores españoles. El 12 de octubre de 1895 la Guadalupana fue coronada canónicamente en México. En 1910, el Papa San  Pío X la nombró  Patrona de América Latina. Pío XII la llamó Emperatriz de las Américas en 1945. 

Si el edificio religioso más visitado en todo el mundo es la Basílica de San Pedro en Roma, el segundo más visitado mundialmente es la Basílica de la Virgen de Guadalupe en México.

Esta basílica fue construida entre los años 1695 al 1709 y más tarde se amplió para dar cabida a un mayor número de fieles y devotos.

Los Papas Juan Pablo II y Francisco visitaron personalmente la basílica mexicana, y el Papa Benedicto XVI, debido a problemas de salud, no pisó la basílica, pero sí rezó largamente ante una imagen de la Virgen de Guadalupe en León, Guanajuato, en el Colegio de Miraflores. Fue precisamente Benedicto XVI  quien dió inició a la costumbre de celebrar una Misa en Roma en honor a la Guadalupana cada 12 de diciembre. 

"Bajo tu amparo nos acogemos,

Santa Madre de Dios"