Hubo un momento, un año atrás, en que Cristina Garmendia, la ministra Porsche, sonó, y fuerte, como vicepresidenta primera del Gobierno, en sustitución de una Teresa Fernández de la Vega que había cometido el error -fatídico error- de soñar con ser la primera española presidenta del Gobierno y se las tuvo tiesas con ZP, un político siempre dispuesto a otorgar cualquier cargo a las mujeres con la excepción del suyo. Tan feminista no es.
Pero los tiempos han cambiado. Las encuestas no marchan tras hacerse pública la incapacidad del Gobierno para combatir la crisis económica. Por ello, Garmendia ya no sueña con hacer carrera política sino empresarial, para ser exactos política.
Días atrás confesaba a un amigo que si no abandonaba el Gobierno era porque su compañía, Celeric, precisa el apoyo institucional y de ayudas I D que sólo puede obtener del sector público. Y no tendría de su parte a una parte muy significativa de ese sector público si abandonara al Gobierno y dejara aún más solo a ZP.
Aunque no está solo: tiene a Pajín y a Aído.
Por lo demás, Garmendia es, junto a Corredor, Espinosa, Sebastián, Corbacho, etc., de los ministros cruzados de brazos.